Carles Sabater nos comparte su experiencia en la 500 Millas Caníbal. Un diario de aventuras con interesantes datos sobre nutrición, material y estrategia, y con una profunda reflexión sobre el impacto físico y psicológico de participar en este tipo de eventos.
6 de septiembre de 2024
Empiezo este intento de lo que me gustaría que fuese un diario de carreras, aventuras o locuras de mi última gran ultra por el final: la subestimé, aun sabiendo que ese nombre ya vaticinaba lo que iba a ser: una gran batalla contra uno mismo. LA 500 MILLAS CANÍBAL.
Ya antes de empezar, informo a los lectores que es la primera vez que escribo algo.
Las cifras eran bastante modestas: 500 millas (820 kilómetros), con 12.000 metros positivos, con salida en el velódromo de Zaragoza y llegada en el mismo lugar. Tema importante este para la logística. Como ciclista de competición que soy, empezó la labor de investigación: vídeos de YouTube (ya que era la 2.ª edición), fotos en Instagram, vídeos… había poca cosa. Aún sigo sin entender la poca participación. Pero claro, esto pasa con todo en general: la fama hace que la gente vaya a sitios peores por su reputación y dejen de lado los realmente buenos. Aunque alguna zona cercana ya la tenía vista de carreras como la Matahombres y la JamonBike. Terreno, pensaba yo, bastante rodador, aunque sabía que había subidas muy, muy duras.
Llego el día de antes de la carrera, por la tarde. Chispea. Llevaba ya varios días lloviendo y ya fui con la idea de que habría barro. Este fue mi segundo error. Iba con mi BH gravel, doble plato Shimano Ultegra con cassette 11-42, un cambio que me permite subir sin ir demasiado atrancado. Ruedas Pirelli Cinturato de 45 mm con una presión de 1.9 y 2 bar. Y aquí el segundo error del que hablaba antes: sabiendo del barro que iba a haber, quedaban escasos 2 mm entre el desviador delantero y el neumático.
Ya a las 18 h recojo el dorsal y conozco a uno de los organizadores de la prueba. Voy a la furgo y me acuesto en la cama, una de las cosas buenas de la vida pirata: poder ir a descansar.
A las 19 h empieza el briefing. Desde que tuve problemas en el recorrido de otra prueba por no ir a un briefing, intento ahora ir a todos. Allí nos conocemos los valientes que vamos a la batalla. El organizador de la prueba, ya de primeras y con un tono entre broma y serio, nos va avisando y advirtiendo de lo que nos espera, jajajaja. Yo pensaba: “Qué exagerados”. Entre las personas que allí están conozco a Borja de Ciclofactoría, a Antequera Gravel (como se le conoce en Insta) y a César Meras. También veo a dos portugueses que tienen pinta de buenos galgos (y no me equivoqué): se llamaban Marco Martins y Antonio Dias.
De camino a la furgoneta pienso: “Lo bueno es que en toda la tarde no ha llovido, ha salido el sol”. Pero ya caída la noche, empieza a refrescar bastante rápido. Me gusta salir a pasear antes de cenar y después, para ver la temperatura, poder ver cómo va bajando y sobre qué hora. Manías. Y creo que mi decisión de ropa no es la acertada, así que toca tirar de amigos. WhatsApp a Cubillos, jinete completamente diferente a mí: más aventurero, otra forma de ver este tipo de pruebas, pero bien experimentado. “Tete, llévate el plumas, la noche será fría y te puede pillar en altura”. Claro que me iba a pillar la noche en altura, siempre me pilla.
Ahora mi elección de ropa había cambiado: culote corto y perneras, maillot largo para cuando empezara a refrescar y para la salida, que era a las 6; un chaleco, un cortavientos fino pero que abriga muchísimo; unas perneras, y un chubasquero de Rapha que es una pasada, con doble cremallera que hace que puedas abrir en momentos de subida cuando se calienta el motor aún haciendo frío. Y el último complemento: el plumas. Un plumas de Rapha que, aunque no tenía pensado coger, ya estaba en mi bolsa… ¡y qué bien me vino!
Una vez ya en la furgo, con todo bien organizado en las bolsas, revisando las cubiertas veo una buena raja en la delantera. Uno de esos microcortes aún siendo nuevas. No llegaba a perforar ni salía líquido, pero ya empezaron los nervios. ¿Por qué tendré que estar revisando todo tanto? Bueno, un poco de superglú en la raja y que sea lo que tenga que ser…
La nutrición la tenía clara: un gel de 50 g de hidrato por hora y dos sobres de Longovit 360 pro para cada 24 h (uno para la mañana, uno para la tarde) y un Supraplex de 80 g para la noche. Sí, me gusta hacerme un batido en carrera por la noche. Me encanta ese sabor a ColaCao que tiene y creo que me va bien para poder seguir asimilando bien el CHO. De un total de 34 geles me sobraron 4 y 600 g de Longovit 360. Entre estos geles también había varios con cafeína. Iba a hacer falta mucha cafeína… Como decía, normalmente calculo un gel de 50 g de CHO por hora, y lo calculo sin sumar las horas de paradas, porque si he parado es porque puedo conseguir comida.
La noche fue bastante bien. Desayuno y salgo para el velódromo. La salida era a las 6 h. No hacía demasiado frío, pero había estado chispeando durante la noche. Según el tiempo, ya habían terminado las lluvias. Esperemos, porque no llevaba pantalón de lluvia. Soy de los que piensan que lo que mi cuerpo no vaya a poder soportar con algo de ropa, es mejor parar y descansar. No me gusta llevar cosas innecesarias.
La gente estaba contenta. Yo, algo nervioso, la verdad, como siempre. Ese momento de tensión precarrera que me dura solo unos instantes. Saludo a Borja de Ciclofactoría, a César Meras y a Antequera. A los demás que me voy cruzando les doy los buenos días. Es uno de mis defectos, sobre todo en carrera: estoy en un mundo paralelo de concentración, en mis pensamientos.
Nada más salir, se ve quién va a ir rápido. Un grupo de unos diez va delante. Yo, entre ellos, observando a cada uno. Quiero ver qué plan llevan. Antes de salir de la ciudad, una caída: Antequera se va al suelo. Vaya. Por suerte, no es nada. Y de repente, sin casi darme cuenta, el portugués… salta y empieza a irse. En llano. No me esperaba que hiciese ese cambio de ritmo tan brusco, pero yo voy detrás, esquivando charcos y barro. Quiero ver qué intensidad puede llevar. Pero pienso: “¿Qué necesidad de ir así de rápido tan pronto?”. Iba muy fuerte y corto gas, quedándome con el resto de corredores. Iban a ser muchos kilómetros de llaneo y pensé que iba a cortar él también. Mi cabeza me decía: “Ten paciencia, que en grupo se va más rápido”. Pero me equivocaba…
Pronto empezaron los problemas. Al salir de la ciudad y entrar en las pistas anchas: grandes charcos de barro. Un barro súper pegajoso que hace caer al segundo corredor. Vaya piñazo. Brutal. El resto, con los neumáticos completamente llenos de barro. Y es aquí donde veo el error de haber puesto un neumático tan ancho. Nunca me había pasado. Era imposible pedalear. Perdiendo todos mucho tiempo limpiando para volver a meternos en otro barrizal. Puf, ya me estaban fallando los cálculos. Si iba a ser así, los 800 kilómetros iban a ser interminables.
En el paso del primer pueblo pequeño, veo una acequia enorme. Pienso: “La bici se va dentro”, pero no llego bien al agua. Cuando veo que Antequera y César Meras se desvían del track, pienso: “Estos saben algo que yo no sé”, jajaja. Y así fue: había una gasolinera para limpiar la bici.
Después de limpiar las bicis, me preguntan si me apetece un café. ¡Claro que me apetecía! Y agradecí el ofrecimiento, pero en mi cabeza solo estaba el resto de corredores y los 30′ que llevábamos perdidos. Así que me quedé sin café y salí a tope a por ellos.
Al poco de salir del pueblo, allí estaba la organización y el fotógrafo “Con mis ojos”. Me gustó verlos. Los ánimos siempre van bien, y las fotos aún mejor. Me encantan las fotos. A partir de ese momento me concentré en mi ritmo. Estaba solo. El terreno ya era algo más seco, aunque en alguna zona tocaba bajarse o esquivar. Pero ya iba atento. Fui cogiendo uno tras otro a corredores. No me esperaba que me hubiesen adelantado todos, jajaja, hasta que llegué a Borja. Este fue el momento en que pensé que iba bien. A Borja lo sigo en su pódcast desde hace mucho tiempo. Sé que es experto en esto y se conoce la zona. Me hubiese gustado estar un rato más con él. He aprendido tanto de sus entrevistas… Pero no me quitaba de la cabeza al portugués… y ya mi hermano me había escrito que estaba cerca de él. Aquí aún creía que podría cogerlo.
En unas horas, exactamente al acabar el primer track en Fortanete, coincido con el segundo corredor, Óscar Brun, en un bar. Yo ya llevaba agua y todo, pero al verlo me apeteció hablar un poco con él. Me pido una Coca-Cola y un helado Magnum de chocolate con caramelo, jajaja. Es algo que siempre me apetece. Combinación ganadora. Él se había pedido un pedazo de plato de espaguetis. Vaya platazo. No soy de comer sólido en carrera, prefiero ir más a “guarradas”, que no como nunca, y geles.
Salgo del pueblo y ya voy segundo. Es aquí donde me voy dando cuenta de que la única forma de ganar es que el primero pare o reviente. Va rápido y no para. Puede que incluso menos que yo.
Caída la noche, empiezo a pensar que pronto volveré a ver a la organización ya que nos esperan en lo alto del Pico del Buitre. Se está haciendo de noche pero subiendo no tengo frío, así que sigo de corto. Ya bien entrada la noche, me pongo el maillot largo. Las zapatillas están llenas de barro, no calo bien y me cuesta quitar el pie. Ahora pienso: “Pero qué tonto soy, qué poco pienso cuando compito”. Errores que pasan factura. Sería fácil parar, limpiar bien el pedal y las calas, y poner unas gotas de aceite… pero el primer día no lo hice.
Viene la subida de los molinos de viento, como la llamo yo. Una subida dura que hago casi toda andando. Cayendo la noche, me cruzo con un coche. Una chica joven me pregunta, sorprendida, dónde voy… jajajaja. Más sorprendido estoy yo de ver un coche por allí. Hago cumbre ya de noche. Ese sentimiento que siempre me viene cuando se hace de noche: tranquilidad. Me hace sentir bien. Solo. Ver el cielo, pero un cielo muy diferente al de la ciudad. ¡Cómo me gusta la noche! Y en ese momento empieza la bajada. Y qué bajada. Entre hierbas, sin ver ningún camino (o por lo menos yo no lo vi), solo seguía el track y rezaba para no caerme. Eso sí, iba ligero. Me gusta esa sensación. Focos a full y ligerito. Hay que espabilar la cabeza.
Es aquí donde mis recuerdos se nublan. Es el problema de no dormir. Ya me gustaría poder contar cosas, pero igual que tengo la facilidad de rodar de noche, de no dormir durante días, de ir rápido durante horas, de alimentarme de geles y sales —lo tengo todo súper medido, sé cuándo tengo que parar y cuándo no—, todo esto tiene un precio: el olvido. Nada se me queda más que pequeños recuerdos de cosas que me impactan.
Como por ejemplo, los dos bocadillos de jamón que me hacen en algún pueblo del segundo día. Jamón de calidad, pan de pueblo de ese que está bueno aunque pasen los días, de los que no importa lo que te cobran. Y el que me hace un chico bastante extraño, que tardó sobre una hora, antes de caer la segunda noche (este tuvo suerte de que tenía un bocadillo para comerme y decidí cenar allí a las 20:00, porque si no, cuando sale, no estoy). Y que al ir a comérmelo sobre las 4:00 de la mañana, sabía tan mal que incluso pensé que me había puesto jamón rancio. Un sabor que se me quedó tres días en la boca. Suerte que no me lo comí. Algo raro había.
Me acuerdo de esa subida al Moncayo en plena noche. Subir tranquilamente. No tenía ya prisa, sabía que no iba a coger al portugués. Así que mi mente estaba más por disfrutar de momentos que no suelo disfrutar. Ya en la segunda noche empezaron las alucinaciones. Las señales eran los chalecos de los organizadores, que sabía que no iban a estar. Las ganas de ver a alguien me podían. Mi música, la noche y las decenas de animales que había… y que no había, jajaja. Lo importante en este momento es saber qué es lo que hay y qué es lo que no hay.
Me acuerdo de ese atardecer bajando a Mora, en la ruta de Silent Route: impactante. De ese capuchino de máquina que me bebí, que era infumable, pero que si no lo saco, reviento. Y me lo bebí mientras miraba los consoladores que estaban en la misma máquina que las chocolatinas, jajaja.
Me acuerdo de cada derrape en el barro, de las pisadas en barro, de todo rastro que iba dejando el portugués. Era como si fuésemos juntos. Como tenerlo delante y ver todo lo que hacía. De esos grandes charcos como ríos, con agua que me llegaba hasta la cintura, pero que me servía para limpiar la bici.
Pero de lo que más me acuerdo es cuando, de repente, a falta de unos 80 km, cuando acaba la última subida y empieza el llaneo, se me rompe el cambio. ¡Diosss, vaya suerte! El cambio inalámbrico es lo que tiene. La última vez que pregunté a mi hermano, llevaba más de 150 km de diferencia con el 3.º, Borja. Es lo bueno de no dormir, así que iba tranquilo. Paro, desmonto, asiento, miro conexiones… nada, que no va. Así que toca ir a cadencia alta. El problema es que ir a cadencia de más de 110 durante horas, después de la que ya llevaba, crea bastantes lesiones. Y así estuve después, con dolores de rodillas durante semanas.
¡Vaya llegada más guapa nos tenían preparada! Vuelta al velódromo. Nunca había dado una vuelta a un velódromo. Me alegré de que me gustara tanto, porque tenía la certeza de que iba a ser la última en mucho tiempo. Lo tenía claro: esta modalidad que tanto me gusta y disfruto me está volviendo cada día más solitario. Me estaba creando lesiones y, seguramente, daños psíquicos por no dormir. Si pudiese hacer este tipo de rutas tranquilo, disfrutando… pero eso, a día de hoy, es imposible. Me gusta competir, analizarlo todo, buscar formas de mejorar, y esto no voy a poder remediarlo. Pero tengo claro que volveré algún día, más rápido y más experimentado, aunque no corra durante un tiempo.
Mis datos: 840 km, 11.700+ en 44 h de Garmin y 50 h 48′ de crono.
Creo que es un ultra bueno para iniciarse. Es cierto que es duro, pero es fácil conseguir comida, agua y alojamiento. Tiene buen clima (a no ser que pilles temporada de lluvia), pero creo que, aun siendo así, no son fechas frías. La organización es muy buena, pueden ayudarte si tienes cualquier problema, y el recorrido es bonito de verdad.