Mi primera gran ultra: La Cataluña Trail

Carles Sabater relata los preparativos, desafíos físicos y mentales y los aprendizajes obtenidos durante su priemra gran ultra.

8 de julio de 2022

Mi primera entrada en este blog trató sobre mi última ultra, así que esta vez me apetecía hablar de la que fue mi primera gran ultra, mi bautizo…la Cataluña Trail.

Pensando en cómo se me ocurrió empezar en esta modalidad, se me viene una imagen clara: Lachlan Morton, ese corredor de EF tan diferente a todos, una persona que, viniendo de la más alta competición, empieza a correr otro rollo, distancias largas pero de una forma diferente al resto, sin parar tan apenas ni siquiera a dormir, sin necesitar hacer esas largas paradas para comer, sin dejar de ir rápido, muy rápido, teniendo en cuenta material, bici, componentes, y aunque su aspecto pueda dar a pensar que es una persona que hace por hacer, no es así.
No recuerdo cómo conocí de esta prueba, pero de alguna manera me enteré de ella: 800k y 12.000+ saliendo de Girona. No había estado nunca en Girona. A día de hoy, aunque he corrido más veces, sigue siendo como si no hubiese estado aún y tengo claro que, mientras vaya para correr, esto va a seguir así.

Viendo la página de Instagram de la prueba y algún vídeo (poca cosa como siempre en este tipo de pruebas, aunque esto está cambiando, por suerte), me gustó el plan. Empecé a buscar bolsas, hacer mis salidas con ellas y probar luces y ropa. En esta época iba bastante más cargado de lo que voy hoy en día.

La tarde del día anterior fue la revisión del material y la recogida del GPS, allí en un bar en una plaza, al lado de una universidad o zona de estudiantes con un aspecto antiguo brutal, súper guapo. Allí conocí a Jaume, organizador de la prueba, y a algunos corredores. Entre ellos recuerdo muy bien a un chico extranjero que se me acercó a hablar (en inglés, jajaja, mi inglés es brutal) para hablar de la pulsera Whoop. Creo que en esa época era algo extraño ver a alguien con esa pulsera en España y estuvimos hablando de lo mal que nos marca cuando bebemos alguna cerveza, jajaja. Parece una tontería, pero es para tener en cuenta que la pulsera se da cuenta de que algo haces que no va bien. Y a otro que me llamó la atención, este fue por algo más competitivo: era un chico de mi edad, delgado, con mucha pinta de ciclista, o lo que era para mí el prototipo de ciclista de ultradistancia rápido. Este llevaba una Specialized de color negra con doble plato. Yo, en esta época, llevaba un solo plato de 38 con piñonera de 11-42; creo que, después de este ultra, lo quité.

Llevaba una carga de bolsa aparentemente muy ligera, y lo que más me llamó la atención fueron los acoples. No era algo común ver esto, o por lo menos yo, que era súper novel, no lo había visto. Después de la presentación, algunos de los corredores se quedaron a cenar juntos. Es lo suyo, pero no me quedé a la cena porque me gusta tenerlo todo controlado, poder revisar antes de acostarme todo una última vez, relajarme después del largo viaje en furgoneta. Me apetecía descansar, cenar y acostarme, ya que la salida iba a ser a las 6, creo recordar.

La noche fue bastante buena, aunque no acabó de estar tranquilo con la bici en el porta. Estaba en un buen parking de caravanas, rodeado de más gente, con un buen candado de alarma que a la mínima salta. Voy a la salida y, justo llegando, me doy cuenta de que el potenciómetro no marca, jajaja. ¿¿Dónde voy sin power?? Si yo no sé correr sin él. Saco la bolsa, cambio la pila y a funcionar. Suerte que era la pila del Rotor, pero ya empiezo a pensar que sí, que empiezan pronto los problemas.

Dan la salida y yo salgo de forma tranquila. Cuando me doy cuenta, íbamos en plan al corte, jajaja. Pensé: “¿Pero dónde vamos así? Jajaja, que faltan 2 o 3 días para llegar a meta”. Las calles de Girona se quedaban pequeñas para el ritmo que llevábamos. No existían normas de circulación ni señales, y como mi radar me había dicho el día de antes, ese rider delgado con pinta de ir muy rápido era el culpable: Dani Talavera.

Antes de salir de Girona ciudad, en una carretera tipo puerto, ya solo 7-8 corredores nos habíamos quedado. Yo, a cola, pensando en las horas que nos quedaban y el ritmo que se llevaba. Y en ese punto es donde dije: “Vale, esto no es lo planeado”, y desconecté.
A partir de aquí, ya empezamos a enlazar alguna senda con carreteras hasta llegar a nivel del mar. Carreteras inmensas con largas rectas en llano y mucho, mucho viento, donde me acordé que me dejé caer.

Después de unos kilómetros de llano, al mirar el GPS, me doy cuenta de que el potenciómetro vuelve a dejar de marcar. ¿Cómo es posible? Pues ya no tengo más pilas, y al mirar me doy cuenta de que la tapa se ha caído. No la puse bien. Sin pensarlo, doy la vuelta pensando que no puede haberme caído hace mucho porque me hubiese dado cuenta. Tengo una especie de TOC: miro mucho los datos. Doy la vuelta y, por suerte, después de unos 5’, (igual fue 1’, pero a mí me pareció mucho más) encuentro la tapa. ¡Puf! Llevaba un cabreo brutal, pero era culpa mía. Seguro que, con las prisas, la había puesto mal. Y es que el sistema que tiene Rotor de tapa es horrible. Lo que nunca pasa entrenando, pasará en una carrera.

Cuanto más pasaban los kilómetros en esas carreteras, más me daba cuenta de mi error: dejar que se fuera el grupo y quedarme solo. Una primera parte de mucho llaneo por pista y carretera, con fuerte viento de cara. Lo bueno es que ya estaba a lo mío, comiendo y bebiendo, sin prisas, y la verdad que a un ritmo muy bueno. Había hecho muchas horas de llaneo cargado con mis bolsas llenas de cosas sin sentido para meter peso.

Sobre el km 130 empieza la primera subida. En mitad subida o algo más, la verdad es que no lo sé, cuando ya no tenía ni gota de agua veo un restaurante. Tenía pinta de lujoso, con mucho verde, paredes de piedra y una gran terraza que daba al monte. Pero la verdad es que, en ese momento, con el calor que hacía, hubiese pagado lo que sea. Al entrar en la terraza veo dos bicis de gravel y dos de los compañeros que se habían escapado. Estaban allí sentados en una especie de sofá de terraza, mirando el acantilado que había delante. ¡Vaya, qué cosa más guapa! Era para coger y quedarse allí un buen rato. Entré, me pedí dos botellas de agua de 1.5 litros, dos Coca-Colas y dos Calipos de fresa. Mi intención era llenar e irme, pero al ver que estaban allí supertranquilos, pensé: “Bueno, será que hay que ir descansando”, y me quedé por lo menos a comerme un Calipo y una Coca-Cola. La intención era que el otro dejarlo dentro del bidón con el agua. Mientras estaba haciendo esto, los dos corredores salieron, y ya me entró la prisa, jajaja.

Pocas horas después coincidí con Calvox, como le conocen en Insta. Esta es la primera vez que coincidíamos, en una especie de camping que parecía abandonado, o por lo menos estaba cerrado. Estaba buscando agua igual que yo. Estábamos en un finde de subidas de temperatura y alerta, lo que hizo que la organización tuviera que cambiar un poco el track por riesgo de incendio. Al final encontré una fuente. El agua salía caliente, se podía hacer caldo de fideos con ella, pero era agua. Llené y seguí. A partir de aquí fuimos pasando por pueblos, donde iba parando para comprar y llenando agua. Mi alimentación es sencilla: Coca-Cola, helados, napolitanas de chocolate y bocadillos de jamón. No hay más, siempre es igual. A día de hoy sigue siendo eso lo único que compro.

Sobre las 19 de la tarde, creo recordar, consigo ver al primer corredor: Talavera Verdaguer, ese ciclista que describía al principio con su Specialized negra. Ya a partir de aquí fuimos coincidiendo. Me pasaba, lo pasaba. Recuerdo cómo bajábamos por un tramo de carretera y él, al ir sobre los acoples, volaba. Yo, pensando ya mientras lo seguía, que tenía que poner unos, jajaja, hasta que al caer la noche, sobre las 22 o las 23, me propone parar a cenar juntos. Me gustó, porque la verdad es que yo estaba algo cansado ya de no hablar con nadie. Algo muy característico de este tipo de pruebas es la soledad, la tranquilidad y el poder encontrarse con uno mismo en momentos de verdadera penuria.

A media subida de lo que iba a ser el punto más alto del track, nos sentamos en el suelo, sacamos la comida, y aquí es donde vi la gran diferencia entre una persona que sabe y otra que no. Su cena: una tortilla de patata y un tipo tupper de pasta de esas para llevar. La mía: un paquete de galletas del Príncipe, jajajaja. Su frase al verme fue: “Te daría, pero tengo un hambre.., lo siento”. No sé si él se acordará de esto, pero fue brutal. Aun así, antes de acabar la tortilla me ofreció, aunque no la acepté. Tenía claro que el error era mío. Aunque nunca después, en ningún ultra, he comprado nada de ese tipo de comida, no creo que sea bueno para mí. Aunque de este tema hablaré en otra ocasión. Justo antes de acabar de cenar llegó el 3.º corredor, que nos acompañó hasta terminar la cena.

Después de la cena seguimos subiendo. Íbamos a un ritmo muy parecido, aunque él, al llevar doble plato, llevaba una cadencia mucho más liviana. Aquí me dijo su plan, que era subir hasta arriba y bajar. Una vez abajo, decidir qué hacía. Aunque ya adelanto que no paró. Mis planes eran muy diferentes. Yo lo que quería era parar en un buen sitio, lavarme bien el culo con toallitas y cambiarme de culote, ponerme el plumas y tumbarme un rato. Y eso es lo que hice. Llegué a un banco de madera que había casi en la parte más alta. Me limpié, me comí unas galletas del Príncipe que aún me quedaban y me acosté. Impresionante el cielo allí, brutal qué claridad y qué barbaridad de estrellas súper brillantes, con la luna llena. Estaba súper a gusto. Recuerdo que eran sobre las 2 de la mañana. Al poco de estar tumbado vi pasar a Calvox, pero yo seguía allí tumbado, aunque no tenía pinta de que fuera a dormir.

Sobre las 2:30 de la mañana oí un silbido. Al levantar la cabeza vi a un corredor. Este era Sergio y creo que me dijo algo así como: “¡¡Venga, va!!”. Creo que salió una o dos horas más tarde que el resto. No sé bien por qué, pero aquí es donde pensé que estaba haciendo el canelo, así que me levanté y me puse a pedalear. Recuerdo que no hacía especialmente frío. Serían sobre las 3 de la mañana. Luna llena. Se estaba de lujo.

Era una subida de tipo pista, bastante desnivel. Al llegar arriba de Coll de Riu, con sus 1.370 metros, había una zona donde había varios coches y alguna furgoneta aparcada, y la montaña se partía para dejar pasar la pista. Como si de una película se tratara, allí estaba la luna llena, enorme, de color rojizo. Brutal. Ahora, en este momento, me arrepiento de no haber parado a hacer una foto. Nunca más he vuelto a ver algo así.

Durante el descenso, cada vez más rápido, pensaba en volver a encontrarme a los corredores que me habían pasado. Iba 5.º o 6.º. No los volví a ver en toda la noche. La verdad es que pensé que igual estaban durmiendo en algún rincón en la bajada. Seguro que habían encontrado algún buen sitio para dormir, como me dijo Talavera que iba a hacer.

Mi primer encuentro con un corredor fue con Sergio. Pasé a lo lejos. Estaba sentado en un banco o pared de piedra, no recuerdo bien, bebiendo lo que me pareció una Coca-Cola. Yo pensé: “Sigue, ya encontrarás algo, Carles”. Más adelante paré en una tienda. Recuerdo que compré. Era la típica panadería de pueblo llena de pastas buenísimas. Cogí dos Coca-Colas y dos napolitanas de chocolate. Justo al lado compré jamón y pan. Me senté, me quité las zapatillas que me ardían los pies y me hice dos bocadillos. Uno me lo comí y otro lo guardé. Al acabarme el bocadillo me comí una napolitana de chocolate. Sabía que era mucho carbo de golpe, y eso da sueño. Siempre tengo estas cosas en cuenta, pero me daba igual. Tenía gula de dulce, como siempre que hago este tipo de carreras. No sé si es una ventaja o una maldición, el hambre infinito. Y aquí es donde vi los WhatsApps de Jaime, el organizador, avisando de que tuviéramos precaución por el calor. Estaba subiendo la temperatura por momentos. Era brutal. Yo me mojé bien y seguí.

Mi hermano me escribió en esa parada: “Carles, vas 3.º y cerca del 2.º. El 1.º, Talavera, te lleva 3 h”. Estaba claro: no paró. Bien jugado. Tenía la tranquilidad de esas 3 h de mi parada tonta, aunque bonita.
Mi siguiente encuentro fue con el 2.º corredor, que no recuerdo su nombre, lo siento. La verdad es que, en este tipo de pruebas, después hay falta de datos, falta de ese contacto entre corredores al no haber clasificaciones. Coincidimos en un camping. Muy guapo, lleno de gente bañándose. Entré en la tienda a comprar. Él ya había entrado y creo que estaba comiendo dos donuts rellenos. Yo iba a por algo menos denso. Aún tenía el bocadillo de jamón y la otra napolitana que creía que era de nocilla. Resultó ser queso o crema, no estoy seguro, jajaja, pero no me gustó. Así que tiré a por filipinos blancos, dos Coca-Colas, dos paquetes de gominolas y mucha agua. Rellené, comí unos filipinos y, cuando vi que se iba el corredor, salí con él.

Rodando juntos me di cuenta enseguida de su punto débil: no era nada técnico. En la subida lo dejé con bastante facilidad y se quejaba de las piedras. Aproveché para dejarlo rápido. Aunque yo estaba cansado, no tenía que notarse.

Conforme iban pasando los km y caía de nuevo la noche, fui yendo cada vez más rápido. Cada vez había más piedra, zonas de porteo (poco, pero alguna). Cuanto más sendero, más disfrutaba, sobre todo bajando. Me estaba flipando, más al pensar que seguramente el otro chico no estaba disfrutando tanto. Cuando ya empezó a anochecer y la zona se volvió más rodadora, decidí sacar el bocata. Me comí la mitad y seguí. Quería llegar, y quedaba poco. Iba sacándolo del bolsillo en marcha. No tenía ya geles, solo el bocata y algún filipino. Era suficiente. Algo curioso fue cuando, en pleno monte y en una subida de pista, unas luces me iluminaron: una furgoneta de gitanos, jajaja. A saber qué tramaban. Algo me dijeron, pero no paré a preguntar, jajaja.

Ya una vez en Girona, de camino a meta por la ciudad, cada vez estaba más emocionado. Ya estaba. Parecía que había pasado una semana. Cuando llegué, allí estaba Jaime y Jorge Albuixech, los dos organizadores y organizador de la Gravel Augusta, una prueba muy recomendable que aún tengo en cuenta, ya que me retiré por problemas varios en 2024. Me esperaban con una pizza y un paquete de KitKat, que me comí muy agradecido, contando alguna batallita del camino y esperando al otro corredor. Es algo que hay que hacer, la verdad, aunque es difícil por el cansancio. Y esto es todo, o por lo menos lo que ahora mismo recuerdo. Por si a alguien le interesa, estos son mis datos:

2.ª posición, 31:34 h en movimiento, tiempo transcurrido no lo he encontrado, 568,64 km, 18 km/h de media, 20.517 kcal, 11.039 m+, 1110 TSS, 230 W NP, 17.435 kJ, 121 ppm, 168 pulso máx.
Presión de los neumáticos: 2 y 2,3 para cubierta Kenda 40c. Bolsas: peso total 8 kg, 3 kg nutrición en 3 paquetes por separado.

Mi última gran aventura 500 MILLAS CANIBAL

Carles Sabater nos comparte su experiencia en la 500 Millas Caníbal. Un diario de aventuras con interesantes datos sobre nutrición, material y estrategia, y con una profunda reflexión sobre el impacto físico y psicológico de participar en este tipo de eventos.

6 de septiembre de 2024

Empiezo este intento de lo que me gustaría que fuese un diario de carreras, aventuras o locuras de mi última gran ultra por el final: la subestimé, aun sabiendo que ese nombre ya vaticinaba lo que iba a ser: una gran batalla contra uno mismo. LA 500 MILLAS CANÍBAL.

Ya antes de empezar, informo a los lectores que es la primera vez que escribo algo.

Las cifras eran bastante modestas: 500 millas (820 kilómetros), con 12.000 metros positivos, con salida en el velódromo de Zaragoza y llegada en el mismo lugar. Tema importante este para la logística. Como ciclista de competición que soy, empezó la labor de investigación: vídeos de YouTube (ya que era la 2.ª edición), fotos en Instagram, vídeos… había poca cosa. Aún sigo sin entender la poca participación. Pero claro, esto pasa con todo en general: la fama hace que la gente vaya a sitios peores por su reputación y dejen de lado los realmente buenos. Aunque alguna zona cercana ya la tenía vista de carreras como la Matahombres y la JamonBike. Terreno, pensaba yo, bastante rodador, aunque sabía que había subidas muy, muy duras.

Llego el día de antes de la carrera, por la tarde. Chispea. Llevaba ya varios días lloviendo y ya fui con la idea de que habría barro. Este fue mi segundo error. Iba con mi BH gravel, doble plato Shimano Ultegra con cassette 11-42, un cambio que me permite subir sin ir demasiado atrancado. Ruedas Pirelli Cinturato de 45 mm con una presión de 1.9 y 2 bar. Y aquí el segundo error del que hablaba antes: sabiendo del barro que iba a haber, quedaban escasos 2 mm entre el desviador delantero y el neumático.

Ya a las 18 h recojo el dorsal y conozco a uno de los organizadores de la prueba. Voy a la furgo y me acuesto en la cama, una de las cosas buenas de la vida pirata: poder ir a descansar.

A las 19 h empieza el briefing. Desde que tuve problemas en el recorrido de otra prueba por no ir a un briefing, intento ahora ir a todos. Allí nos conocemos los valientes que vamos a la batalla. El organizador de la prueba, ya de primeras y con un tono entre broma y serio, nos va avisando y advirtiendo de lo que nos espera, jajajaja. Yo pensaba: “Qué exagerados”. Entre las personas que allí están conozco a Borja de Ciclofactoría, a Antequera Gravel (como se le conoce en Insta) y a César Meras. También veo a dos portugueses que tienen pinta de buenos galgos (y no me equivoqué): se llamaban Marco Martins y Antonio Dias.

De camino a la furgoneta pienso: “Lo bueno es que en toda la tarde no ha llovido, ha salido el sol”. Pero ya caída la noche, empieza a refrescar bastante rápido. Me gusta salir a pasear antes de cenar y después, para ver la temperatura, poder ver cómo va bajando y sobre qué hora. Manías. Y creo que mi decisión de ropa no es la acertada, así que toca tirar de amigos. WhatsApp a Cubillos, jinete completamente diferente a mí: más aventurero, otra forma de ver este tipo de pruebas, pero bien experimentado. “Tete, llévate el plumas, la noche será fría y te puede pillar en altura”. Claro que me iba a pillar la noche en altura, siempre me pilla.

Ahora mi elección de ropa había cambiado: culote corto y perneras, maillot largo para cuando empezara a refrescar y para la salida, que era a las 6; un chaleco, un cortavientos fino pero que abriga muchísimo; unas perneras, y un chubasquero de Rapha que es una pasada, con doble cremallera que hace que puedas abrir en momentos de subida cuando se calienta el motor aún haciendo frío. Y el último complemento: el plumas. Un plumas de Rapha que, aunque no tenía pensado coger, ya estaba en mi bolsa… ¡y qué bien me vino!

Una vez ya en la furgo, con todo bien organizado en las bolsas, revisando las cubiertas veo una buena raja en la delantera. Uno de esos microcortes aún siendo nuevas. No llegaba a perforar ni salía líquido, pero ya empezaron los nervios. ¿Por qué tendré que estar revisando todo tanto? Bueno, un poco de superglú en la raja y que sea lo que tenga que ser…

La nutrición la tenía clara: un gel de 50 g de hidrato por hora y dos sobres de Longovit 360 pro para cada 24 h (uno para la mañana, uno para la tarde) y un Supraplex de 80 g para la noche. Sí, me gusta hacerme un batido en carrera por la noche. Me encanta ese sabor a ColaCao que tiene y creo que me va bien para poder seguir asimilando bien el CHO. De un total de 34 geles me sobraron 4 y 600 g de Longovit 360. Entre estos geles también había varios con cafeína. Iba a hacer falta mucha cafeína… Como decía, normalmente calculo un gel de 50 g de CHO por hora, y lo calculo sin sumar las horas de paradas, porque si he parado es porque puedo conseguir comida.

La noche fue bastante bien. Desayuno y salgo para el velódromo. La salida era a las 6 h. No hacía demasiado frío, pero había estado chispeando durante la noche. Según el tiempo, ya habían terminado las lluvias. Esperemos, porque no llevaba pantalón de lluvia. Soy de los que piensan que lo que mi cuerpo no vaya a poder soportar con algo de ropa, es mejor parar y descansar. No me gusta llevar cosas innecesarias.

La gente estaba contenta. Yo, algo nervioso, la verdad, como siempre. Ese momento de tensión precarrera que me dura solo unos instantes. Saludo a Borja de Ciclofactoría, a César Meras y a Antequera. A los demás que me voy cruzando les doy los buenos días. Es uno de mis defectos, sobre todo en carrera: estoy en un mundo paralelo de concentración, en mis pensamientos.

Nada más salir, se ve quién va a ir rápido. Un grupo de unos diez va delante. Yo, entre ellos, observando a cada uno. Quiero ver qué plan llevan. Antes de salir de la ciudad, una caída: Antequera se va al suelo. Vaya. Por suerte, no es nada. Y de repente, sin casi darme cuenta, el portugués… salta y empieza a irse. En llano. No me esperaba que hiciese ese cambio de ritmo tan brusco, pero yo voy detrás, esquivando charcos y barro. Quiero ver qué intensidad puede llevar. Pero pienso: “¿Qué necesidad de ir así de rápido tan pronto?”. Iba muy fuerte y corto gas, quedándome con el resto de corredores. Iban a ser muchos kilómetros de llaneo y pensé que iba a cortar él también. Mi cabeza me decía: “Ten paciencia, que en grupo se va más rápido”. Pero me equivocaba…

Pronto empezaron los problemas. Al salir de la ciudad y entrar en las pistas anchas: grandes charcos de barro. Un barro súper pegajoso que hace caer al segundo corredor. Vaya piñazo. Brutal. El resto, con los neumáticos completamente llenos de barro. Y es aquí donde veo el error de haber puesto un neumático tan ancho. Nunca me había pasado. Era imposible pedalear. Perdiendo todos mucho tiempo limpiando para volver a meternos en otro barrizal. Puf, ya me estaban fallando los cálculos. Si iba a ser así, los 800 kilómetros iban a ser interminables.

En el paso del primer pueblo pequeño, veo una acequia enorme. Pienso: “La bici se va dentro”, pero no llego bien al agua. Cuando veo que Antequera y César Meras se desvían del track, pienso: “Estos saben algo que yo no sé”, jajaja. Y así fue: había una gasolinera para limpiar la bici.

Después de limpiar las bicis, me preguntan si me apetece un café. ¡Claro que me apetecía! Y agradecí el ofrecimiento, pero en mi cabeza solo estaba el resto de corredores y los 30′ que llevábamos perdidos. Así que me quedé sin café y salí a tope a por ellos.

Al poco de salir del pueblo, allí estaba la organización y el fotógrafo “Con mis ojos”. Me gustó verlos. Los ánimos siempre van bien, y las fotos aún mejor. Me encantan las fotos. A partir de ese momento me concentré en mi ritmo. Estaba solo. El terreno ya era algo más seco, aunque en alguna zona tocaba bajarse o esquivar. Pero ya iba atento. Fui cogiendo uno tras otro a corredores. No me esperaba que me hubiesen adelantado todos, jajaja, hasta que llegué a Borja. Este fue el momento en que pensé que iba bien. A Borja lo sigo en su pódcast desde hace mucho tiempo. Sé que es experto en esto y se conoce la zona. Me hubiese gustado estar un rato más con él. He aprendido tanto de sus entrevistas… Pero no me quitaba de la cabeza al portugués… y ya mi hermano me había escrito que estaba cerca de él. Aquí aún creía que podría cogerlo.

En unas horas, exactamente al acabar el primer track en Fortanete, coincido con el segundo corredor, Óscar Brun, en un bar. Yo ya llevaba agua y todo, pero al verlo me apeteció hablar un poco con él. Me pido una Coca-Cola y un helado Magnum de chocolate con caramelo, jajaja. Es algo que siempre me apetece. Combinación ganadora. Él se había pedido un pedazo de plato de espaguetis. Vaya platazo. No soy de comer sólido en carrera, prefiero ir más a “guarradas”, que no como nunca, y geles.

Salgo del pueblo y ya voy segundo. Es aquí donde me voy dando cuenta de que la única forma de ganar es que el primero pare o reviente. Va rápido y no para. Puede que incluso menos que yo.

Caída la noche, empiezo a pensar que pronto volveré a ver a la organización ya que nos esperan en lo alto del Pico del Buitre. Se está haciendo de noche pero subiendo no tengo frío, así que sigo de corto. Ya bien entrada la noche, me pongo el maillot largo. Las zapatillas están llenas de barro, no calo bien y me cuesta quitar el pie. Ahora pienso: “Pero qué tonto soy, qué poco pienso cuando compito”. Errores que pasan factura. Sería fácil parar, limpiar bien el pedal y las calas, y poner unas gotas de aceite… pero el primer día no lo hice.

Viene la subida de los molinos de viento, como la llamo yo. Una subida dura que hago casi toda andando. Cayendo la noche, me cruzo con un coche. Una chica joven me pregunta, sorprendida, dónde voy… jajajaja. Más sorprendido estoy yo de ver un coche por allí. Hago cumbre ya de noche. Ese sentimiento que siempre me viene cuando se hace de noche: tranquilidad. Me hace sentir bien. Solo. Ver el cielo, pero un cielo muy diferente al de la ciudad. ¡Cómo me gusta la noche! Y en ese momento empieza la bajada. Y qué bajada. Entre hierbas, sin ver ningún camino (o por lo menos yo no lo vi), solo seguía el track y rezaba para no caerme. Eso sí, iba ligero. Me gusta esa sensación. Focos a full y ligerito. Hay que espabilar la cabeza.

Es aquí donde mis recuerdos se nublan. Es el problema de no dormir. Ya me gustaría poder contar cosas, pero igual que tengo la facilidad de rodar de noche, de no dormir durante días, de ir rápido durante horas, de alimentarme de geles y sales —lo tengo todo súper medido, sé cuándo tengo que parar y cuándo no—, todo esto tiene un precio: el olvido. Nada se me queda más que pequeños recuerdos de cosas que me impactan.

Como por ejemplo, los dos bocadillos de jamón que me hacen en algún pueblo del segundo día. Jamón de calidad, pan de pueblo de ese que está bueno aunque pasen los días, de los que no importa lo que te cobran. Y el que me hace un chico bastante extraño, que tardó sobre una hora, antes de caer la segunda noche (este tuvo suerte de que tenía un bocadillo para comerme y decidí cenar allí a las 20:00, porque si no, cuando sale, no estoy). Y que al ir a comérmelo sobre las 4:00 de la mañana, sabía tan mal que incluso pensé que me había puesto jamón rancio. Un sabor que se me quedó tres días en la boca. Suerte que no me lo comí. Algo raro había.

Me acuerdo de esa subida al Moncayo en plena noche. Subir tranquilamente. No tenía ya prisa, sabía que no iba a coger al portugués. Así que mi mente estaba más por disfrutar de momentos que no suelo disfrutar. Ya en la segunda noche empezaron las alucinaciones. Las señales eran los chalecos de los organizadores, que sabía que no iban a estar. Las ganas de ver a alguien me podían. Mi música, la noche y las decenas de animales que había… y que no había, jajaja. Lo importante en este momento es saber qué es lo que hay y qué es lo que no hay.

Me acuerdo de ese atardecer bajando a Mora, en la ruta de Silent Route: impactante. De ese capuchino de máquina que me bebí, que era infumable, pero que si no lo saco, reviento. Y me lo bebí mientras miraba los consoladores que estaban en la misma máquina que las chocolatinas, jajaja.

Me acuerdo de cada derrape en el barro, de las pisadas en barro, de todo rastro que iba dejando el portugués. Era como si fuésemos juntos. Como tenerlo delante y ver todo lo que hacía. De esos grandes charcos como ríos, con agua que me llegaba hasta la cintura, pero que me servía para limpiar la bici.

Pero de lo que más me acuerdo es cuando, de repente, a falta de unos 80 km, cuando acaba la última subida y empieza el llaneo, se me rompe el cambio. ¡Diosss, vaya suerte! El cambio inalámbrico es lo que tiene. La última vez que pregunté a mi hermano, llevaba más de 150 km de diferencia con el 3.º, Borja. Es lo bueno de no dormir, así que iba tranquilo. Paro, desmonto, asiento, miro conexiones… nada, que no va. Así que toca ir a cadencia alta. El problema es que ir a cadencia de más de 110 durante horas, después de la que ya llevaba, crea bastantes lesiones. Y así estuve después, con dolores de rodillas durante semanas.

¡Vaya llegada más guapa nos tenían preparada! Vuelta al velódromo. Nunca había dado una vuelta a un velódromo. Me alegré de que me gustara tanto, porque tenía la certeza de que iba a ser la última en mucho tiempo. Lo tenía claro: esta modalidad que tanto me gusta y disfruto me está volviendo cada día más solitario. Me estaba creando lesiones y, seguramente, daños psíquicos por no dormir. Si pudiese hacer este tipo de rutas tranquilo, disfrutando… pero eso, a día de hoy, es imposible. Me gusta competir, analizarlo todo, buscar formas de mejorar, y esto no voy a poder remediarlo. Pero tengo claro que volveré algún día, más rápido y más experimentado, aunque no corra durante un tiempo.

Mis datos: 840 km, 11.700+ en 44 h de Garmin y 50 h 48′ de crono.

Creo que es un ultra bueno para iniciarse. Es cierto que es duro, pero es fácil conseguir comida, agua y alojamiento. Tiene buen clima (a no ser que pilles temporada de lluvia), pero creo que, aun siendo así, no son fechas frías. La organización es muy buena, pueden ayudarte si tienes cualquier problema, y el recorrido es bonito de verdad.

 

REIVINDICACIÓN DE LA ESTEPA

Carlos Inlandis nos regala una reflexión acerca de la importancia de aprender a valorar lo que se tiene cerca.

Vivo en el puto desierto. Este pensamiento acude recurrentemente a mi cabeza cuando miro el paisaje que rodea mi pueblo. Este territorio podría pasar perfectamente por alguna de las zonas áridas de alguno de esos países que acaba en “–tan”.

Es un terreno que no deja indiferente… lo amas o lo odias… bueno, puede que incluso las dos cosas al mismo tiempo. Algunos lo llaman poéticamente “Piel de leopardo”, otros simplemente estepa, pero creo que la forma más cargada de sentimiento es como un amigo acertó a llamarla ya hace un tiempo, “La Estepa Puta”.

Para los que vivimos aquí y montamos en bici no nos queda otro remedio que pedalear en una tierra en la que en invierno se puede llegar sin dificultad a estar bajo cero y en verano cerca de los 50 grados. El cierzo con rachas de 80 kilómetros por hora o más no suele ayudar demasiado, y a los lados de los caminos siempre hay algo que quiere pinchar tus ruedas, picarte o morderte. No hay agua en ningún sitio o llueve durante varias semanas seguidas. Entonces, el suelo es incapaz de absorber el agua y te obsequia con el barro más pegajoso que puedas imaginar. Hay pueblos en los que apenas vive gente y eso, apenas a unas decenas de quilómetros de una gran ciudad como es Zaragoza.

Siempre vemos aventureros en sus bicicletas recorriendo rutas por lugares lejanos y durísimos, pasando calamidades, sufriendo, sudando, pasando frío y pinchando 100 veces. Desde luego, no seré yo quien compare La Plana de María o Las Vales con Baja California o con el Moab, pero sí que diré, que aquí, hay caminos rodadores interminables o hike-a-bikes eternos.

Si tienes suerte y paciencia, tal vez puedas ver cabras hispánicas, jabalís, corzos o zorros. Que perderte en los barrancos secos puede ser un reto bastante intenso, que siempre puedes un encontrar un desvío en el que alejarte estando cerca de casa y que los atardeceres rojos bajando por la Vallobera son un espectáculo.

A veces nos cuesta valorar lo que tenemos al lado y es cierto que según qué cosas hay que esforzarse más en apreciarlas. Pero cuando consigues encontrarles el atractivo no defraudan y mi Estepa Puta es el claro ejemplo.

 

Balcones

Una aventura en bicicleta y senderismo contada por Israel Cabañas, explorando paisajes naturales descubriendo los balcones que nos ofrecen las cumbres de Cantabria.

Una de las mejores cosas de coger tu bici y perderte unos días en busca de una aventura personal es el hecho de establecer tus propias reglas, como quien se hace un traje a medida y decide dónde poner y de dónde quitar: es uno mismo quien propone un cuándo, un porqué, un cómo y un desde dónde y hasta dónde.

El pasado verano aproveché mi salida anual de reconocimiento de la ruta Cabañas y Estacas para darle otro aire y juntar dos de las disciplinas que más me gustan practicar en la Naturaleza: el Bikepacking y el senderismo.
Considero que es en la incertidumbre donde residen esas sustancias adictivas que hacen revolvernos en busca de aventuras, y cada ingrediente extra de un proyecto añade sus propias incertidumbres generando ese “estrés positivo” que se irá resolviendo a medida que se avanza. Nada nuevo, salvo una excepción: “…y cuando esté andando…¿dónde dejo la bici?”

Crear una lista de balcones donde asomarme a lo largo de la ruta no fue difícil, balcones que simbolizan un territorio donde la mirada de un ciclista no tiene cabida, añadiendo información más allá de un papel con curvas de nivel y conocimiento de una tierra. Sin una definición ni propósito definido, balcones puede ser un lugar de contemplación, de conocimiento, un motivo de reto… Balcones es lo que quieras que sea.

A lo largo de los 760 kms de itinerario en bicicleta establecí el primer balcón en la villa pesquera de Santoña, donde el Monte Buciero (364 m.) y Peña Ganzo (376 m.) me darían unas vistas privilegiadas de la Bahía de Santoña, las marismas de Santoña, Joyel y Victoria además de parte de la montaña Oriental de Cantabria. Dejando atrás el Sector Costa Oriental y ya adentrado en terreno montañoso llegué no sin esfuerzo a Ramales de La Victoria, una villa bajo la mirada del extremo oriental de la Sierra del Hornijo, el Pico San Vicente (913 m.) que fue el segundo de los Balcones propuestos en mi lista.

El siguiente, en pleno Valles Pasiegos, es un pico del cordal divisorio entre el Valle de Asón y el Valle del Miera: Porracolina (1.414 m.), que posee un encanto especial y una panorámica 360º debido a su estratégica localización. Una ventana de respiro pluvial me dió paso a su cima cuando casi había aceptado que pasar de largo sería la mejor opción. Esa flexibilidad, ese “sobre la marcha”, esas decisiones a tomar “in situ” es una de las actitudes a normalizar en este tipo de experiencias, siempre con una base de seguridad y no dejando que sea cual sea la decisión se convierta en una sensación negativa.

Continuando el itinerario en plena Comarca Campoo-Los Valles pasamos por el Mediajo Frío (1.328 m.), en esta ocasión montado en mi bicicleta, dado que el propio itinerario pasa por esa cumbre, así como el siguiente balcón llamado Pico Obios (1,223 m.) dentro del Parque Natural Saja-Besaya. Ambos dos ofrecieron por vistas una cortina nebulosa que exprimió mi mente para la creación de un paraíso imaginario.

Cada cumbre que lograba subir alimentaba la necesidad de subir la siguiente y a pesar de una meteorología inestable que hasta ese momento me habían permitido acceder a mis objetivos con relativa seguridad, el disfrute iba alimentándose exponencialmente.

Regentando los Puertos de Sejos se encuentra en Cueto de La Concilla (1.922 m.), una cumbre de gran personalidad que reclamó mi atención a la hora de rellenar mi lista. Sus 400 metros de empinado desnivel y terreno salvaje son recompensados una vez llegas a la cumbre.

La motivación va creciendo cada día, el avance es real y no hay un “tick” en la lista que se haya dejado de poner, pero también el desgaste es un hecho: descanso y alimentación es la clave para seguir teniendo buenas sensaciones, y más ahora que me voy acercando a un terreno que ofrece un generoso desnivel a superar. El Parque Nacional Picos de Europa es una joya en todos los sentidos, un terreno duro ablandado por el impresionante entorno donde uno todavía se siente más “poca cosa”.

Peña Vieja (2.617 m.) se ha considerado durante años la montaña más alta de Cantabria, no sin polémicas. Se trata del balcón más exigente de mi lista y más si le sumamos que la Canal del Vidrio era el camino de acceso elegido. Dentro del Macizo Central se posiciona esbelta sobre los Puertos de Áliva, y su ascenso-descenso en un ambiente de alta montaña generó unas sensaciones que había que adiestrar. Cierto que no fue el mejor día meteorológicamente hablando y a 200 metros de la cumbre pensé en darme la vuelta por fuertes rachas de viento, pero he de reconocer que a pesar de ser de los que pienso que es el camino y no la cumbre, en esta ocasión la satisfacción de la cumbre fue especial.

Continuando con la ruta por la cordillera cantábrica llego a el Puerto de San Glorio, donde tenía pendiente la subida al Coriscao (2.234 m) entre Cantabria y León. Una emblemática cumbre de la cordillera, un balcón que ofrece una visión privilegiada entre los tres macizos de Picos de Europa y la Montaña Palentina.

Saliendo del Sector Liébana es casi obligado desviarnos en el Collado Pasanéu a la Braña de los Tejos (1.400 m.), un lugar peculiar y único donde tomar un descanso después de el exigente ascenso. Una visión desde otra perspectiva de Los Picos y una agachada Peña Ventosa.

Desde aquí sí tuve la sensación de haber completado el proyecto a la vez que me iba acercando a la costa, para completar el itinerario a través del último Sector Costa Occidental. Llegando a casa, en la última jornada no pude evitar subir a La Picota ( 240 m.), la mayor de las cumbres de la sierra de Liencres, que tantas veces he subido. Acostumbrado a las vistas que ofrece, en esta ocasión las sensaciones fueron muy diferentes. En ese momento daba por concluído una de las experiencias más intensas y profundas que he tenido hasta el momento: 11 jornadas consecutivas de actividad sobre un terreno conocido sumiso a una interacción completamente desconocida.