Inspirado en el libro Paisaje del ciclista de Miguel Mena, Borja Gascón cruza Aragón de norte a sur combinando pistas de gravel, carreteras y algo de monte. Un viaje en modalidad de bikepacking disfrutando de la naturaleza, la gastronomía y conectando con la cultura local.

Agosto, 2024.

Hace muchos años mi padre me pasó un libro de un escritor aragonés que le gustaba mucho: Paisaje del ciclista, de Miguel Mena. Recorría en su bicicleta, allá por los años 90, Aragón de norte a sur describiendo los pueblos y paisajes a su paso de forma sencilla y bonita. Esa aventura se me quedó marcada y siempre la he tenido presente. Hace dos semanas se acercó por el taller Jorge, un cliente y cicloturista, y me dijo que acababa de hacer ese mismo viaje, así que esa fue la señal de retomar el plan que tenía desde los 18 años y hacer yo también mi propio Viaje Aragonés.

Saqué el libro de la estantería, eché una rápida ojeada por encima para ver qué ruta había tomado el escritor y anoté los pueblos principales que él cruzó para trazarme yo mi propio camino, uniendo pistas y carreteras, tratando de combinar las dos modalidades -carretera y gravel- para no acabar cansado de una o de la otra. De paso, releí algunos pasajes para tenerlo aún más presente si cabe durante mi viaje.

Algunas cosas han cambiado desde entonces, otras seguramente no tanto.

Miguel comenzó en Oto, el día de las fiestas patronales. Yo consigo que Rober me suba en coche desde Zaragoza y me deje en Biescas el miércoles 14 de agosto a las 19:30. Aquí también son fiestas, como lo eran en Oto en los noventa y como lo son en la mayoría de pueblos aragoneses en estas fechas. Una de las cosas que más ilusión me hace desde que me he puesto a planificar el viaje es subir a los miradores de Ordesa por la pista a Punta Acuta de noche. Oscurece por completo justo antes de llegar arriba y por supuesto estoy yo solo. En el mundo. Me he cruzado con jabalíes, sarrios, zorros y liebres que se asustan al verme pasar con el foco. Por supuesto no veo nada de las increíbles vistas de ahí arriba, pero aún las recuerdo de la última vez. Me las imagino y la noche le da un toque mágico. Si solo pudiera venir aquí una vez en la vida, lo haría de día, está claro, pero la noche tiene su aquel.

La luna está más potente cuando dejo atrás Nerín y empiezo a subir a Vió, reflejándose su luz en la impresionante brecha del cañón de Añisclo por donde baja el río Bellos. Son las 23:30 o así y paro a rellenar agua en la fuente de Buerba. Una chica está alargando la hora de irse a dormir fumándose un cigarro en la plaza. Me pregunta que si se me ha hecho tarde o si salgo a esas horas a pedalear. ¿De dónde vienes? -de Biescas. ¿A dónde vas? -al sur de Teruel. Si yo no fuera el que monta en bici y me cuenta alguien a esas horas ese plan, me parecería igual de marciano que lo que le parece a ella. Pero cuando te pones a ello, es más sencillo, menos marciano de lo que parece.

No tengo intención de hacer de esto un reto de llegar cuanto antes. De hecho, todo lo contrario. Pararé poco, porque me gusta viajar así en bici cuando voy solo, pero no quiero pedalear una noche entera. Quiero estar fresco por el día, al contrario de lo que me suele ocurrir cuando participo en carreras de bikepacking. Así que decido entrar en Guaso, una vez ya he dejado atrás Aínsa y el río Ara, para buscar cobijo en el esconjurandero, lugar que menciona Miguel en su libro.

Es la una de la mañana y no huele a albahaca fresca ni resuena la Ronda de Boltaña entre sus muros, pero yo he estado aquí otras veces y sé que siguen celebrando sus fiestas manteniendo vivas esas bonitas tradiciones del Sobrarbe, donde cada casa ofrece en la puerta vino y platos tradicionales para los músicos y paisanos de la rondalla, mientras suenan sus gaitas, bandurrias y guitarricos. Todo eso se mezcla con costumbres más modernas, como el botellón, que es precisamente lo que están haciendo cuatro jóvenes cuando llego al esconjurandero. Yo también lo haría, es el mejor sitio para un buen cubata en todo el Sobrarbe, seguro. Y para dormir al raso también. Lo deben entender ellos también porque tal cual me ven deciden retirarse y permitir el descanso a este agotado ciclista.

Por la mañana asoma el sol detrás de la Peña Montañesa, lo cual es un buen regalo. Me monto en la bici y cojo ritmo cruzando por carretera la sierra de Guara. Paro a desayunar en Colungo. Son las 9 de la mañana y en el bar de la derecha de la carretera ya no dan desayunos, porque “ya es la hora del almuerzo”. Enseguida se llena de ciclistas de la zona que paran a reponer energías con vino y huevos fritos. En el bar de la izquierda de la carretera comprenden mis necesidades y me sirven un café y tostadas. Un vino a estas horas y no arranco hasta mañana.

Combino carreteras, el camino paralelo al canal del Cinca y pistas buenas para llegar hasta Villanueva de Sigena, donde empieza la nada: Monegros. Una pista perfecta que sube hasta el refugio de Piedrafita para bajar luego a Valfarta. ¡Qué suerte que no apriete tanto el calor como estas últimas semanas atrás! Sería letal, porque es una zona inhóspita donde no encuentran sombra ni las lagartijas.

Como en Valfarta unos huevos fritos ¡que ahora sí son horas!, porque sé que después me toca la parte más fea y aburrida -y perdón a quien le ofenda- de toda la ruta. De todo Aragón. Posiblemente de todo el mundo: la carretera interminable y recta que conecta Bujaraloz con Escatrón. Calor, asfalto roto, viento que molesta, olor a granja… ¡qué bonita la ribera!

Desconecto la mente y de alguna forma llego a Escatrón donde paro a por agua y hielos en el club náutico. Y ya de paso un café. El pueblo está en fiestas, como todos. En esta zona las celebran con vaquillas y colocan vallas por todas las calles. Como en los noventa. Dos hombres juegan a la tragaperras y repasan la actualidad con videos en TikTok: -pues a mí me parece que esta tía tiene razón, suficientes problemas tenemos como para preocuparnos por lo de Palestina. ¡Me ha convencido, me la sudan los palestinos!

-¡Mira tú!, al padre del Yamal lo han apuñalado…¡son todos iguales!

Su contertulio, seguramente rumano, ya casi rumaño, le contesta con marcado acento aragonés pero con deje de “fuera”: -no se pueden meter a todos en el mismo saco, hombre…

-pues yo los meto a todos en el mismo, ¡me la pela!

Ya me he empapado de suficiente actualidad y me voy antes de que toquen otros temas, como los cromosomas XY. ¿De qué hablarían estos tipos en los noventa?

Empiezan las pistas rodadoras, baja el calor, vuelvo a disfrutar de la ruta y aprieto para llegar a buena hora a Calanda, decidido a cenar a gusto. No solo eso, sino que me doy el lujo de un hotel. Comer pizza tumbado en la cama, ¡qué placer, viva el cicloturismo!

Aprovecho bien el buffet libre de café y tostadas del desayuno. Muy humilde todo pero muy suficiente. Hoy sí que aprieta el calor y me pongo un cubre-nuca que puedo ir mojando en las fuentes y me quita el solazo en el cogote. Foz de Calanda, Mas de la Matas, Las Parras de Castellote… voy conectando pistas, con tramos de MTB y muy poca carretera. Todo esto es nuevo para mi y estoy ojiplático… ¡Triceratops y Diplodocus a mi paso, qué bonita eres, Teruel!

La pista se divierte cruzando la frontera Teruel-Castellón todo el rato en un largo zig-zagueo a su paso por la sierra y los montes Penya Cortada y Mola de la Todolella. Bajo a Olocau del Rey, provincia de Castellón, donde me como el bocata de tortilla que me hice anoche en el supermercado de Calanda. Dejo el monte y voy por carretera a Cantavieja, precioso pueblo en lo alto de una colina. Parece imposible que se pueda seguir subiendo una vez llegas a él, pero sí, esto es el Maestrazgo, no te regalan ni doscientos metros y después de una subida viene otra. La auténtica definición de rompepiernas.

Me adentro en bosques que cobijan cotos de setas, huele de verdad a “naturaleza” por aquí, y llego a la comarca de Gúdar. Después de cada puerto, me da la sensación de que al otro lado voy a ver el mar. El cielo azul, el sol del atardecer… solo faltan veleros ahí abajo, pero no, el mar está a 200 km. Esto es más bonito, porque si hubiera mar se acabaría la ruta. Aquí sigue habiendo tierra y puertos y pueblos en el fondo de los valles, a cada cual más bonito, la mayoría Mora o Rubielos, de nombre o apellido.

Mi destino final, que no lo he dicho, es la estación de tren en Venta del Aire, la última de Teruel. Miguel Mena, creo que llegó hasta un poco más al sur, a Fuen del Cepo. Tampoco se trata de copiarle todo. Me dejaré ese último escondrijo turolense para otra ocasión.

Han pasado 48 horas desde que salí de Biescas y ya estoy en Rubielos de Mora a 15 cómodos kilómetros de mi destino. Todavía es pronto para cenar así que decido alargar un poco y conocer Olba, zona que nunca he pedaleado. Llego a buena hora para cenar en un pueblo que (como no) está en fiestas. Suena un tributo a Manolo García de lejos en la plaza y parece que todo el mundo debe estar cenando en sus peñas, porque estoy yo solo en el bar del Multiservicio del pueblo. Hoy hacen brasas… ¡estoy de suerte! Esto sí que es finalizar bien un viaje cenando entrecot a la parrilla.

En otros tiempos, quizá no en los noventa porque aún era muy joven, me hubiera quedado a dar vuelta por el pueblo. Un cicloturista siempre despierta curiosidad y simpatía, cuando no pena dependiendo de su estado, y en un pueblo en fiestas no le va a faltar nunca de nada, cuando la gente ya lleva la chispita del alcohol en la mirada. Pero la idea de tragarme un tributo a Manolo García no me seduce demasiado, y sin embargo me apetece buscar un sitio donde echarme al raso, que hace una noche buenísima y la luna es especial en este valle.

Al despertar me quedan 10km con un repecho que no me espero sin desayuno previo, antes de llegar a mi destino. Tres horas de tren de vuelta a Zaragoza donde aprovecho a escribir esta crónica de mi propio viaje aragonés. Antes escribía más y me gusta releer viajes que he ido haciendo. Ahora escribo menos sobre mis viajes, porque en la mayoría paro poco y luego tengo las manos dormidas con hormigueos de tantas horas en el manillar y no me da para escribir después. En este viaje no he parado ni mucho ni poco, ni todo lo contrario, pero me gustará releerlo y recordarlo en el futuro, y si a alguno os anima a leer el libro de Miguel Mena que me inspiró a mí esta ruta, ¡pues estará bien el haber dejado la experiencia por escrito!

Tenéis la ruta disponible para descargarla en mi perfil de Strava.