SALAM ALEIKUM, TÉ CON DÁTILES

Recorrer en bicicleta las majestuosas montañas del Atlas durante 7 días y 7 noches. Entre pueblos inhóspitos, té con dátiles y la calidez de sus gentes, en este artículo Ana R.F. nos invita a reflexionar sobre la vida, la fe y la conexión entre mundos. Un viaje de contrastes, emociones y aprendizaje en el corazón de Marruecos.

Hacía años que uno de nuestros deseos, antes de conocernos Borja y yo, era pedalear por las montañas del Atlas y a veces lo que creas en tu mente se crea en la realidad. Así voy a contar mi humilde experiencia durante 7 días y 7 noches, con el comienzo del Ramadán en Marrakech y pedaleando los pueblos inhóspitos a las faldas de las majestuosas montañas del Atlas.

Creo que Salam Aleikum es la palabra que más he repetido en estos 7 días, así la pongo de título como comienzo de esta historia. Comienzo tiene que ver con la interacción entre ambas partes, ambos mundos, teniendo en cuenta que un mundo puede ser desde una persona, un territorio o un animal hasta una emoción, y que lo más *baraka para empatizar con el mundo es la comunicación.

*baraka=valioso

Comenzamos nuestra ruta en bici cuando quedamos con Mohamed, un conocido de Borja por las carreras de ultraciclismo, en la misma plaza Jemaa el Fna. Tan majo que nos subió en coche hasta la cima de nuestro primer puerto, no nos daba tiempo hacer la ruta circular sin su ayuda con los días que teníamos. El día de antes habíamos alquilado las bicis en una tienda de la ciudad Atlas Sport Bike Shop. Unos chichos muy majos y ¡las bicis una maravilla! Adelanto que ¡no nos fallaron en todo el viaje!

                1º Etapa – Contraste – 66,71 km +720 m

Llegando a la cima del puerto Tizi n’Tichka, desde el coche veíamos que comenzaba a lloviznar, agua nieve y ventolera. Salimos del coche poniéndonos toda la ropa de lluvia, montamos las bicis y bajamos despidiéndonos a lo lejos de Mohamed. Al ratito, al pasar ese valle, ya salía el sol y seguimos pedaleando. Ahí ya todo era diferente a Marrakech, los pueblos eran pequeños, silenciosos y había poca gente. Borja y yo nos mantuvimos observadoras, silenciosas también y un poco serias, por lo menos yo. Después de unas 4 horas pedaleando paramos a admirar el paisaje y se me cayeron unas lágrimas. Estaba muy conmovida y sobrecogida por todo lo que veía. Aldeas muy aisladas, con casas de adobe, muchas en ruinas, poca gente, algunos niños, adultos contemplativos, poca vegetación…

– ¿Cómo vive esta gente? ¿Dónde cogen agua? ¿Cómo les recoge la ambulancia si les pasa algo? ¿A qué hora pasa el autobús del cole? ¿Qué hacen en su tiempo libre? Todas estas preguntas y más se me pasaban por mi cabeza de europea con una vida organizada y una cultura vinculada a la productividad o tener que estar siempre haciendo algo. Después de hablarlo con Borja y soltarlo, entendí mejor lo que me estaba pasando, entendí que formaba parte de mi viaje y calmé esas emociones. Al rato llegamos a un pueblito donde nos encontramos el Aubergue Achaoud estupendo y con mucho color, era muy acogedor. Pasamos y el señor que lo cuidaba nos metió en la cocina para ofrecernos todo lo que tenía. Este momento me ayudó un poco a entender más sobre esos pueblos. Nos cargamos de energía con Harira, mi sopa favorita, tortilla bereber deliciosa y un cous-cous con verduras riquísimo. Cómo no, un té.

Seguimos nuestro camino por el precioso Valle de Ounila hasta acabar, antes de que el sol se escondiera, en el pueblo de Ait Ben Hadu. Asombrada por el movimiento que había y bastante turismo a diferencia de los anteriores. Era un lugar donde desde hace años grababan películas. Había muchos albergues, nos alojamos en La Baraka, lo gestionan unos chicos, las mujeres limpian y hacen la comida. Nos dieron el té de bienvenida con unos snacks ricos con sabor a anís. Después de una ducha caliente y una vuelta por el pueblo, nos cocinaron una sopa y tajin con albóndigas en salsa de tomate riquísima.

                 2º Etapa – La FE- 105 km +1.515

Eran sobre las 7h y me desperté con el sonido del canto de oraciones del Corán. Lo hacen desde los altavoces que tienen en lo alto de todas las mezquitas durante al menos 5 veces al día. Descansamos muy bien y nos pusieron de desayunar pan con miel, dátiles, tortilla, café y zumo de naranja, con ese desayuno podíamos afrontar los kilómetros que nos pusieran por delante. Salimos a pedalear antes de las 9h y hacía muy buena temperatura, durante todo el viaje han sido como 16ºC de media, estupendos para pedalear. Teníamos muchos km por delante, los paisajes seguían siendo abrumadores de inhóspitos, cuerdas de montañas que no acababan. Nos encontramos con manadas de perros muy mansos y a simple vista bien cuidados. En todo lugar aparecen perritos, gallinas y gatos.

Llegamos a Anzal, un pueblito a mitad de kilómetros de la ruta del día, en mitad del valle regado por el Asif Tidili, y pensábamos tomar un café. Parecían todos los lugares para tomar algo como cerrados, entendemos que por el Ramadán. El pescado y el pan llegan en furgoneta. Dimos una vuelta para indagar y un señor en bici nos saludó en italiano. Mohamed, muy majo, nos invitó a su casa a tomar un café, pastas y dátiles, cómo no. Allí estaba su compañera Jose, una mujer de origen Suizo y viajera, habían decidido hacerse una casa, vivir juntas la jubilación allí y montar un futuro Air B&B (mohamedaitameur17@gmail.com). Después de coger fuerza seguimos pedaleando y en una parada al salir de Anzal un hombre en una bici roja plegable clásica de 20″ se acercó curioso por saber quienes éramos. Sabía hablar un poco de español, inglés, y francés. Muy majo, se movía en bici para comprar lo que necesitaba en otros pueblos. Kilómetros más adelante cogimos una carretera guapísima pero que parecía desabrigada. Una recta que parecía infinita adentrándose en otro valle comenzando por el lago Tagheddoute. En esta carretera en muy buen estado, aunque no estaba pintada, descubríamos pueblos fascinantes. Parecían perdidos, pero siempre aparecía alguien contemplando, en moto, algún coche, furgonetas llenas de personas y cosas y niños y niñas que salían a la carretera a saludarnos. En todos los pueblos hay una mezquita con una torre bien alta, para encontrarla fácil y que no se olvide dónde está el centro. Que pase lo que pase, lo importante es rezar y creer en que alguien te escucha. Durante el día en ruta comemos barritas de frutos secos con miel envueltas en film que venden muy baratas en los puestos ambulantes.

Antes de anochecer, yo un poco cansada, llegamos a nuestro destino del día, Assais. Nos alojamos en un albergue un poco difícil de diferenciar del resto de casas porque no tenía carteles, pero nos abrió la puerta Yassir, un chico de allí buen anfitrión, un buen sirviente como él se definía. Nos hizo la cena mientras hablaba por teléfono con su novia, un tajín con pollo y verduras y como no té con dátiles. Esa noche fue de mucho mucho viento; daba las gracias por tener un sitio donde dormir cobijados y con mantas.

                 3º Etapa – El “Desarrollo” – 112 km +700 m

Nos despertamos y Yassir había preparado un desayudo para nosotros, té con dátiles, quesitos y pan con miel. Después nos despedimos y seguimos nuestra ruta. No dejamos de maravillarnos de esos paisajes y puertos llenos de montañas. Había señales en tres alfabetos diferentes, árabe, amazigh y latino. A veces el color naranja de la tierra me generaba inquietud y preocupación. A veces cuando veía pueblos donde corría un pequeño río que a su vereda tenía palmeras, arbustos y se escuchaban pájaros me devolvía sosiego.

Creo que el burro es el animal que más les ayuda, hemos visto muchos, también muchos pastores con rebaños de cabras y ovejas, de ahí que un alimento principal local es la leche y la mantequilla. También era un valle donde debido a su altitud e imagino las cualidades de la tierra se trabajaba el azafrán. Llegando a la mitad de los kilómetros del día salimos de esa carretera mágica para volver a una nacional. Ahí pasamos por varios pueblos más grandes uno de ellos Taliouine. En todos, grandes o pequeños, siempre había un taller mecánico y una tiendecita donde comprar algo de comer y agua. A lo largo de la misma pasamos por muchas empresas de azulejos, donde trabajaban la madera, soldadores, cementeras, yesaires… Hemos visto muchas escuelas a lo largo del viaje, unas más grandes que otras. Siempre llenas de niños y niñas y adolescentes. Muchas se mueven en bici porque queda lejos de su casa. Los coles que están a muchos kilómetros hacen de internado para algunas y así no tener que hacer viajes tan largos a diario.

Llegamos a Oulad Berhil, un pueblo que parecía grande, lleno de movimiento a las 17h, como si de una feria se tratara. Aquí me sentí un poco incómoda, aparte de que se ven pocas mujeres, extranjeros tampoco. Nos alojamos en un hostal típico de allí donde se alojan familias marroquíes, muy a gusto y donde también nos hicieron un tajín con pollo y verduras muy sabroso para cenar y, cómo no, té con menta.

                 4º Etapa – Desastre: del latín des “desafortunado” y astre “astro”, “estrella” – 71 km + 480 m

Nos levantamos, organizamos todo el bikepacking y nos dispusimos a buscar un transporte que nos llevara a la cima del Tizi N´test. De nuevo, sin la ayuda de otro transporte, no podíamos acabar la ruta en los días previstos. Fue muy fácil, negociamos con Mohamed, un taxista local que nos subió por 300 DH.

Durante el camino, los tres sostuvimos un silencio duro y un tanto incómodo entre la dificultad para comunicarnos y lo devastador que era ver cómo estaban las comunidades que habían sobrevivido al terremoto que sufrieron en 2023.  Se hizo más desolador por ser una mañana de niebla y lluvia, pero al llegar a la cima había una especie de refugio con dos hombres muy majos que entre sonrisas y un fueguito que tenían encendido me devolvieron las ganas y la ilusión por el sentido del viaje. Pedimos unos cafés y una omelette bereber para pasar la espera a ver si la niebla se esfumaba, mientras nos ayudaron a ponernos film en las botas para que no se calaran nuestros pies. Salimos del carismático refugio y el sol nos acompañó durante la bajada. Preciosa. Sin palabras. A mitad de camino volvimos a ver los pueblos trabajando por recuperar sus casas e imagino que su modo de vida. Durante kilómetros, mucha gente trabajando en recuperar las carreteras, muchos escombros, derribos y maquinaria pesada. Pudimos parar en una zona donde había una especie de mercado improvisado a comprar una especie de focaccias con verduras, tortas de aceite y pan de maíz.

La última media hora antes de llegar a la localidad de Ouirgane, donde había un lago grandísimo y montañas cercanas, se puso a diluviar. Nos alojamos en un albergue estupendo, aquí no hubo té con dátiles, pero nos cuidaron dejándonos una manguera para limpiar toda nuestra ropa y bicis del barro rojo, con el confort de la habitación y con una cena riquísima, esta vez con rodajas de naranja con canela como postre.

                5º Etapa – Negociar – 63 km +500 m

Nuestro último día, compartimos desayuno con una pareja alemana muy viajera y nos despedimos del padre de familia y regente de la casa. Le pregunté cómo vivía la gente después del terremoto y me dijo que había sido un suceso positivo. Que el gobierno ahora se hace más cargo de esas poblaciones cuando antes no lo hacía.

Cogimos carretera subiendo de nuevo dos puertos preciosos con las montañas nevadas cada vez más lejos hasta llegar a un pueblo donde nada más parar ya me querían vender pulseras. Casi se las compro, aunque no me gustaban, menos mal que Borja me ayudó a salir de ese negocio y la verdad que los hombres muy majos se despidieron con amabilidad. Les gusta interactuar y el negocio, pero si finalmente hay buena intención por ambas partes todo queda en consonancia.

Fue bonito pedalear largos kilómetros en línea recta, hacia abajo y hacia nuestro destino con las emociones a flor de piel y con ganas de tomar un zumo de frutas en la plaza de Marrakech, comprar un suvenir, quedar de nuevo con nuestro amigo Mohamed para compartir la experiencia, volver a darle las gracias y tomar un té con menta.

Así fue.

Gracias a Borja por su alma bereber y espíritu aventurero. Por hacerlo fácil, bonito y real.

La ruta que hicimos la podéis encontrar en este enlace

Un viaje es como la piel, hay un antes y un después ya pase por una herida o una caricia.
Hay verdades y cuentos, pero la verdad es que,
los conocidos se vuelven amigos
y que por mucho que te cuenten historias, vivirlas es otra historia.
Que cada persona tiene una manera de mirar al mundo
y que la migración es un fenómeno complejo y duro.
Que los budistas estudian la mente,
que los bereberes contemplan el paisaje y que muchos cristianos estamos hartos de la religión.
Que las mujeres son admirables y más a las que viajan solas.
Que la naturaleza es la mayor obra de arte hecha por Diosas.
Que las mezquitas y las iglesias se asemejan mucho. Y que los pueblos de Teruel o La Mancha podrían ser un pueblo amazigh.
Que sería perfecto no querer llevar la razón porque llevarla no sirve para nada.
Que reflexionar es interesante y necesario.
Que la fe es un concepto empírico y místico a la vez.
Que el silencio debería de estar más presente en todas las culturas.
Y que la suerte tiene que ver con los privilegios.
Que los países que pensamos que están menos desarrollados son más ecológicos que la ecología de moda en Europa.
Que a nivel energético y simbólico que millones de personas hagan algo a la vez es muy poderoso.
Que sigue habiendo mujeres y hombres libres.
Que la hospitalidad y la confianza no tienen precio.
Que deberíamos de agradecer, valorar y sonreír más a menudo.

Camí dels Assagadors

Omar nos cuenta su experiencia bikepacking por el Camí dels Assagadors, una ruta de 700 km entre Gandía y Sagunto. . Desde la costa mediterránea hasta las montañas del interior, esta experiencia refleja la esencia del ciclismo sin prisas, disfrutando del espíritu de la autosuficiencia y la exploración.

Unos días libres inesperados en el trabajo ponen la maquinaria a funcionar, Wikiloc y Komoot echan humo. Siendo febrero, la vista estaba puesta hacia el sur o el levante para huir del frío de la meseta.

Tras un par de días de búsqueda, la ruta a seguir ya parece clara, los días que tengo me cuadran, el tiempo es bastante bueno para la fecha (contad que soy de León y por aquí el frío aprieta de narices) y además es una ruta 100% fiable y con bastante información para prepararme las etapas, así que la decisión está tomada.

El Camí dels Assagadors se presenta como una idea perfecta para unos días de bikepacking.

Furgoneta rumbo a Sagunto, 7 horas de viaje con parada imprescindible en Teruel de cara a coger las últimas provisiones en la tienda de Surya 😉

Por delante 9 días de pedaleo para hacer unos 700 kilómetros aproximadamente. Los chicos de Rodera proponen empezar la ruta en Gandía, terminarla en Sagunto y moverse de un sitio a otro en tren de cercanías.

Yo calculo que tengo el tiempo suficiente para unir estos dos puntos también a pedal, además será una primer etapa perfecta para calentar las piernas, pedalear con 20 grados al lado de la costa fue muy agradable. Para dormir busqué irme hacia el interior, vivaqueando en el precioso Plà del Barber.

Una vez que empiezas la ruta “oficial” vienen las cuestas, primero remontando el río Serpis por su espectacular Vía Verde, con tramos encañonados muy bonitos.

Abandonar Beniarrés fue una tarea dura, rampones del 15%, menos mal que eran hormigonados y la imponente cima del Benicadell te mantenía siempre distraído. La segunda noche la pasé en un modesto refugio cerca de la Cava Pedrera.

Empezar cuesta abajo la etapa parece bonito, pero el fresquito de las mañanas deja el cuerpo siempre destemplado, menos mal que el Colacao que me tomé en Bocairent estaba bien caliente. Tocaba ahora subir y seguir en dirección a los pueblos de Fontanars dels Alforins y la Font de la Figuera. En esta zona empiezan a abundar los almendros, que luego me acompañarían en buena parte de la ruta. En esta época del año estaban en floración y sus hojas son preciosas.

La Fuente Huesca fue un lugar excepcional para la noche, ya que además de un punto de agua, tiene un amplio refugio donde dormir.

El cuarto día se presentaba bastante duro, el principio con buenas cuestas salvando los desniveles provocados por la erosión de dos ríos, Grande primero y Fraile después. Este último lo sigo durante unos cuantos kilómetros por una pista muy bonita, encañonada y con pozas bastante chulas.

Bicorp fue un punto muy importante, ya que desde aquí al siguiente punto donde poder recargar agua hay más de 50 kilómetros. Por el camino, una noche en el refugio de la Casa del Empalme, lo que significa cargar con mucha agua durante la durísima subida hacia la zona del tajo Cortés. Pero como todo en la vida, va pasando y lo mejor del bikepacking es precisamente esto, poder tomártelo todo con la calma necesaria, no mirar el crono, disfrutar de cada curva, de cada subida, etc.

El quinto día empecé a ver los estragos que la Dana había hecho en el territorio, estremece llegar a sitios donde lo que antes era un pequeño arroyo, ahora ocupa mucho más terreno. Ir por un carretera y de repente llegar a un puente que ya no existe te hace ver la salvajada de agua que tuvo que pasar por allí aquellos días.

Por suerte para mí, cambiando algún que otro tramo y empujando alguna que otra vez la bici, pude salvar todos esos obstáculos y seguir con mi Camí, que este quinto día me llevaría hasta el precioso paraje de la fuente Vallesa, donde el pequeño techo de una zona de barbacoas me dejarán hacer un decente vivac.

El sexto día me acerco a la Sierra de Chiva por una preciosa pista, muy aérea y con unas vistas de vértigo. El pequeño supermercado de Chera me da una gran alegría, es domingo y está abierto, qué maravilla.

Si pedalear Valencia era poco, hoy la etapa me hace entrar en la provincia de Cuenca, visitar la laguna de Tarayuelas y dormir en el bonito paraje del mirador de la Olla.

Ya voy a por el séptimo día de ruta y los primeros kilómetros son siempre muy duros, la espalda se resiente de tanta esterilla y las piernas parecen pedir clemencia. Todos los días he estado haciendo entre 75 y 90 kilómetros, rondando y superando los 2000 positivos, siempre tirando de una bicicleta cargada con todo el equipo para ser los más autosuficiente que se pueda. Esto te da momentos de paz mágicos perdido en la montaña, pero también te hace sufrir de lo lindo en cada subida.
Consulto Google Maps y me lanzo a por un pequeño atajo por carretera este día, en kilómetros y desnivel no se nota mucho, pero uno los pueblos de Aras de los Olmos, la Yesa y. Abejuela con bastante rapidez.

Si antes decía que había pasado por Cuenca, ahora sumamos Teruel a la ecuación. Como dicen los chicos de Rodera, notarás ese olor a Montañas Vacías en el paisaje casi desde el primero momento. Si alguien ha pedaleado cerca de Javalambre, se hará una idea de a lo que me estoy refiriendo

Un bonito refugio al lado de la Ermita de Santa Margarita en Andilla me hará pasar una noche reparadora después del día más largo de todos.

Para los dos últimos días, ya solo me quedan 100 kilómetros, pero aprovechando el tiempo al máximo, decido partirlos en dos cómodas etapas, total, esto es ciclismo sin prisa y no me va a adelantar nadie por despertarme un poco más tarde o por parar más tiempo en el bar a la hora del almuerzo 😃

Y aunque esto no haya tenido nada que ver con una competición, pedalear unos pocos kilómetros por la vía de Ojos Negros a mí me ha sabido a victoria de Tour, porque el viaje ha sido precioso y acabarlo siempre da ese punto épico que tanto nos gusta.

Por último, dar las gracias a los chicos que están detrás de Rodera.cc porque se han currado un recorrido precioso y además a través de Instagram y correo electrónico me han resuelto un montón de dudas, así que no os lo penséis dos veces y lanzaos sin ninguna duda a pedalear el Camí del Assagador.

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“Mud party” en las tierras de Don Quijote

Crónica de una salida en bicicleta gravel en La Mancha, en condiciones difíciles como lluvia, viento y barro. De Alcázar de San Juan a Aranjuez, pasando por pueblos emblemáticos como Herencia o Consuegra, famosos por sus molinos de viento.

Enero 2025. 144 km / 600 m+

No era el mejor día para una mini aventura gravel, había llovido los días anteriores y también había previsión de lluvia y viento durante todo el recorrido. A pesar de ello, cuando eres padre, no puedes desaprovechar las pocas oportunidades que se presentan para estas escapadas. Por suerte, tuve lluvia gran parte de la mañana, pero fue una lluvia muy fina que apenas molestaba.

Como se prevía viento fuerte del sur me decidí por viajar en tren hacia el sur y hacer un recorrido dirección norte. Explorando las opciones para viajar en tren, me decidí por viajar a Alcázar de San Juan e ir pedaleando dirección norte hasta Aranjuez para volver en tren de cercanías a Madrid.

Salí de Alcazar de San Juan por una pista dirección Herencia en el km 10, primer imprevisto, llegué a un rio pero no había puente para cruzarlo. No era un gran contratiempo porque podría llegar a la carretera por una pista paralela al rio y seguir por carretera hasta Herencia. En esta pista tuve el primer contacto con el barro, una especie de arcilla pegajosa que llenaba de barro la horquilla y las vainas bloqueando las ruedas. No merecía la pena limpiar y volver a montar porque en 20 metros volvían a estar bloqueadas así que tuve que portear la bici hasta la carretera.

En Herencia subí al cerro donde quedan algunos de los molinos de viento tan típicos de La Mancha y seguí por una pista muy bonita, atravesando olivares y viñedos hasta Puerto Lapice donde hice una parada para reponer fuerzas en un bar. Aquí volví a subir al cerro a ver los molinos y continué pedaleando por un valle lleno de olivos centenarios.

Hasta este punto la ruta había sido dirección oeste pero al llegar al collado tras la subida al valle giré dirección norte y ya tuve viento a favor hasta el final del día en Aranjuez.

Llegué rápidamente a Consuegra, el pueblo más famoso de la zona y el que conserva el mayor número de molinos. Aprovechando que el viento soplaba fuerte en ese momento seguí por carretera hasta Turleque. Y de aquí seguí por una pista hasta que, en cierto punto, sobre el km 90, lo que parecía a simple vista un pista de grava, era en realidad una especie de arcilla blanquecina pegajosa que impedía avanzar porque cada 20 m se bloqueaban las ruedas. Nunca he visto un material tan pegajoso.

Fueron unos 7 km de auténtico infierno, de los que solo puede “pedalear” un par. Los otros 5 km fueron de auténtica miseria ya que incluso andar se volvía misión imposible por la cantidad de barro que se acumulaba en las zapatillas.

Lo curioso es que estas pistas eran muy lisas y no estaban muy embarradas. Es más, visualmente parecían pistas óptimas para volar con la bicicleta de gravel. Es decir, el problema no es que hubiera mucho barro, si no que el material es muy pegajoso.

Cuando por fin salí a la carretera cambié la ruta prevista y me dirigí a Aranjuez por carretera porque había perdido mucho tiempo. Llegué a la estación de tren sobre las 18:30 de la tarde tras parar a limpiar la bici en una gasolinera.

Como conclusión, por toda la zona hay sin fin de pistas para recorrer y explorar pero mucho ojo si ha llovido los días anteriores porque te puedes meter de repente en una “pista trampa”. Es una zona con poco desnivel, lo que permite recorrer largas distancias, pero hay que tener en cuenta la dirección del viento ya que suele soplar con fuerza.

Pedaleando por la provincia de Guadalajara

José Luis aprovechó dos días de vacaciones en diciembre para conocer zonas remotas de Guadalajara, en un viaje en solitario con su bici de gravel.

Diciembre 2025

Cuando uno tiene 2 hijos pequeños (2 y 4 años) el tiempo disponible para el ciclismo baja dramáticamente, no obstante, sigo intentando sacar huecos para pequeñas escapadas en solitario. A mediados del mes de diciembre aproveché los 2 días que me quedaban de vacaciones para improvisar una pequeña escapada por la provincia de Guadalajara. La condición era que debía estar en casa antes de las 20:30 de la noche para dar el relevo a mi mujer, que ese día tenía cena navideña.

Busqué un recorrido que fuera accesible en transporte público y que me permitiera dormir en un hostal en algún pueblo remoto. Tras investigar un poco decidí coger un tren regional hasta Sigüenza y empezar a pedalear dirección sur para llegar hasta el Parque Natural del Alto Tajo, durmiendo en Armallones. La siguiente y última etapa consistía en pedalear dirección oeste atravesando la Alcarria para finalizar en Guadalajara, coger un tren de cercanías a Madrid y llegar a casa antes de la hora límite.

Finalmente me salieron unos 240 km perfectamente asequibles para cualquier persona acostumbrada a montar bici. El primer día transita por zonas remotas sin apenas contacto humano en todo el recorrido, el segundo día pasar por pueblos grandes donde es fácil avituallarse.

En mi caso, fueron 2 días de ciclismo, pequeñas aventuras y desconexión de las rutinas familiares y laborales.

ETAPA 1: SIGÜENZA – ARMALLONES / 102 km / 1.870 m+

Esta etapa es en gran parte “off road” y salvo algún pequeño tramo es perfectamente apta para bicicletas gravel. Comenzamos en Sigüenza, una localidad que merece una visita por si misma, pero como ya la conozco de anteriores visitas, me limito a desayunar un pincho de tortilla y comenzar a pedalear.

Los primeros kilómetros son por pistas en muy buen estado atravesando colinas y parcelas en barbecho esperando a la primavera para ser sembradas. Así voy atravesando algunos pueblos donde no veo a nadie, algún gato parece ser el único ser vivo que habita esta comarca en los fríos inviernos.

En torno al kilómetro 40 llego a Anguita, un pueblo un poco más grande donde por primera vez veo gente y una pequeña tienda, donde compro algo para comer. Este será el último contacto humano hasta la llegada a Armallones. Después de Anguita comienzo a subir por la carretera y antes de llegar a la cima me desvío por un camino que tiene tramos en subida muy rotos que obligan a empujar la bici hasta salir a una pista preciosa que va cresteando ofreciendo vistas espectaculares.

Tras esta pista se baja pronunciadamente hasta el fondo del valle que se convierte en un cañón. Aquí desaparece la pista varios centenares de metros y hay que ir porteando la bici por la orilla de un río, vadeándolo en varias ocasiones. Resulta difícil hacer este tramo sin mojarse los pies.

Se sale de la pista cerca de Riba de Saelices y sigo por carretera hasta Ablanque y posteriormente dirección sur hasta tomar otra pista que lleva hasta el Puente de Taguenza. Esta pista ofrece unas vistas espectaculares del valle hasta que se convierte en sendero los últimos centenares de metros antes del Puente de Taguenza, que es el único punto de la zona que permite cruzar el rio Tajo, en un punto que se encañona y se vuelve muy estrecho.

Como en invierno los días son muy cortos y está empezando a atardecer y a bajar la temperatura me veo obligado a seguir pedaleando aunque me hubiera gustado disfrutar más tiempo del Puente de Taguenza y su entorno. En este punto toca portear la bici otra vez por una sendero que sube hasta otra pista que está en muy buen estado y lleva directamente hasta Armallones. Disfruto de un atardecer precioso y pedaleo los últimos 10 km de subida constante con noche cerrada.

En Armallones duermo en Casa Gerardo, un pequeño hostal regentado por una joven pareja. Como tiene un pequeño restaurante se puede cenar y desayunar ahí.

ETAPA 2: ARMALLONES – GUADALAJARA / 132 km / 1.520 m+

Amanece un día muy frio en Armallones y tengo que decidir entre 2 posibles rutas para llegar a Guadalajara. Me decido por la opción fácil porque siento el cansancio del día anterior y porque la otra opción implica comenzar con una bajada de 10 km en una mañana heladora. Así que hoy toca una etapa más larga pero, en gran parte, por asfalto, lo permite rodar rápido y los kilómetros pasan rápidamente.

Tras desayunar y despedirme de mis anfitriones salgo dirección sur para enlazar con la carretera CM-2015 y llegar lo antes posible a Trillo (km 50 aproximadamente) donde paro a tomar un café y un pincho de tortilla. A la salida de Trillo tomo una pista que me lleva a Solanillos del Extremo y de nuevo otra carretera hasta Brihuega (km 80 aproximadamente). Brihuega es el pueblo más importante de la Alcarria y merece una visita con más tiempo, pero limito mi visita a una vuelta rápida con la bici y comer.

A partir de Brihuega atravieso los famosos campos de lavanda de la Alcarria, aunque en esta época del año no lucen como en verano y subo una última cota para afrontar la bajada final a Guadalajara con las últimas luces del día. Sobré las 18:30 cojo el tren de vuelta a Madrid y a las 20:00 llego a casa con media hora de margen sobre la hora límite. Objetivo cumplido.

Recorriendo el GR-48

Inspirado por recomendaciones en páginas como bikepacking.com, Toño se propuso realizar el GR-48, que atraviesa buena parte de Andalucía y sus diversos paisajes, en bicicleta de gravel…

Andalucía es más que las playas para los “guiris”, Sierra Nevada para los esquiadores y los Badlands para los ciclistas . El GR-48 es una perfecta muestra de ello. Un recorrido de más de 500km situado en las sierras norte de las provincias de Huelva, Sevilla, Córdoba y Jaén. Oscila entre los 700 m y 100 m de altitud atravesando increíbles parajes naturales de sierra virgen, fincas de ganadería extensiva y caza, enormes montañas de vegetación mediterránea y finalizando en extensas tierras de olivos.

No sabría decir cuál es el pueblo que más me ha encantado porque todos son preciosos, de casas bajas de color blanco decoradas con madera y forja.

Los andaluces son gente sencilla, habladora, cálida y muy acogedores. Muestra de ello es que me han dejado dormir en varios pabellones. Sin duda te hacen el camino más fácil y ameno. Tienen un hueco y respeto en mi corazón.

La ruta casi finaliza al paso del santuario de la Virgen de la Cabeza, una de las más importantes de España y más veneradas por sus milagros y por ser la única con corona real de oro de España. Llegar a un lugar de estos se te ponen los pelos de punta .

Sin olvidar detalles técnicos mencionaría que hay que estar preparado para todo tipo de terrenos algunos muy duros. El GR-48 es un recorrido muy antiguo y por tanto muchos de los tramos no son para bicicleta.

Sorprende que se publicite en el portal más importante de viajes bikepacking (www.bikepacking.com) asegurando que es 99% ciclable; y no es así, además se limita a colgar el recorrido oficial del GR sin dar alternativas obvias para ciclistas. Aparte hay tramos largos que toca empujar la bici. Por tanto, Logan, te has marcado un farol de huevos en toda regla. Y cuidado también con varios tracks que hay por internet que aseguran que son la versión gravel… nada más lejos de la realidad, ya que discurre por caminos privados.

Me temo que el botón mágico de “opción gravel” en alguna app no ha estado acertada. No queda más que la intuición y la experiencia para saber cuándo meterte o no por el trazado original.

En total del recorrido habré hecho un 80% del original . El resto son pura creatividad ciclista.

Un viaje aragonés

Inspirado en el libro Paisaje del ciclista de Miguel Mena, Borja Gascón cruza Aragón de norte a sur combinando pistas de gravel, carreteras y algo de monte. Un viaje en modalidad de bikepacking disfrutando de la naturaleza, la gastronomía y conectando con la cultura local.

Agosto, 2024.

Hace muchos años mi padre me pasó un libro de un escritor aragonés que le gustaba mucho: Paisaje del ciclista, de Miguel Mena. Recorría en su bicicleta, allá por los años 90, Aragón de norte a sur describiendo los pueblos y paisajes a su paso de forma sencilla y bonita. Esa aventura se me quedó marcada y siempre la he tenido presente. Hace dos semanas se acercó por el taller Jorge, un cliente y cicloturista, y me dijo que acababa de hacer ese mismo viaje, así que esa fue la señal de retomar el plan que tenía desde los 18 años y hacer yo también mi propio Viaje Aragonés.

Saqué el libro de la estantería, eché una rápida ojeada por encima para ver qué ruta había tomado el escritor y anoté los pueblos principales que él cruzó para trazarme yo mi propio camino, uniendo pistas y carreteras, tratando de combinar las dos modalidades -carretera y gravel- para no acabar cansado de una o de la otra. De paso, releí algunos pasajes para tenerlo aún más presente si cabe durante mi viaje.

Algunas cosas han cambiado desde entonces, otras seguramente no tanto.

Miguel comenzó en Oto, el día de las fiestas patronales. Yo consigo que Rober me suba en coche desde Zaragoza y me deje en Biescas el miércoles 14 de agosto a las 19:30. Aquí también son fiestas, como lo eran en Oto en los noventa y como lo son en la mayoría de pueblos aragoneses en estas fechas. Una de las cosas que más ilusión me hace desde que me he puesto a planificar el viaje es subir a los miradores de Ordesa por la pista a Punta Acuta de noche. Oscurece por completo justo antes de llegar arriba y por supuesto estoy yo solo. En el mundo. Me he cruzado con jabalíes, sarrios, zorros y liebres que se asustan al verme pasar con el foco. Por supuesto no veo nada de las increíbles vistas de ahí arriba, pero aún las recuerdo de la última vez. Me las imagino y la noche le da un toque mágico. Si solo pudiera venir aquí una vez en la vida, lo haría de día, está claro, pero la noche tiene su aquel.

La luna está más potente cuando dejo atrás Nerín y empiezo a subir a Vió, reflejándose su luz en la impresionante brecha del cañón de Añisclo por donde baja el río Bellos. Son las 23:30 o así y paro a rellenar agua en la fuente de Buerba. Una chica está alargando la hora de irse a dormir fumándose un cigarro en la plaza. Me pregunta que si se me ha hecho tarde o si salgo a esas horas a pedalear. ¿De dónde vienes? -de Biescas. ¿A dónde vas? -al sur de Teruel. Si yo no fuera el que monta en bici y me cuenta alguien a esas horas ese plan, me parecería igual de marciano que lo que le parece a ella. Pero cuando te pones a ello, es más sencillo, menos marciano de lo que parece.

No tengo intención de hacer de esto un reto de llegar cuanto antes. De hecho, todo lo contrario. Pararé poco, porque me gusta viajar así en bici cuando voy solo, pero no quiero pedalear una noche entera. Quiero estar fresco por el día, al contrario de lo que me suele ocurrir cuando participo en carreras de bikepacking. Así que decido entrar en Guaso, una vez ya he dejado atrás Aínsa y el río Ara, para buscar cobijo en el esconjurandero, lugar que menciona Miguel en su libro.

Es la una de la mañana y no huele a albahaca fresca ni resuena la Ronda de Boltaña entre sus muros, pero yo he estado aquí otras veces y sé que siguen celebrando sus fiestas manteniendo vivas esas bonitas tradiciones del Sobrarbe, donde cada casa ofrece en la puerta vino y platos tradicionales para los músicos y paisanos de la rondalla, mientras suenan sus gaitas, bandurrias y guitarricos. Todo eso se mezcla con costumbres más modernas, como el botellón, que es precisamente lo que están haciendo cuatro jóvenes cuando llego al esconjurandero. Yo también lo haría, es el mejor sitio para un buen cubata en todo el Sobrarbe, seguro. Y para dormir al raso también. Lo deben entender ellos también porque tal cual me ven deciden retirarse y permitir el descanso a este agotado ciclista.

Por la mañana asoma el sol detrás de la Peña Montañesa, lo cual es un buen regalo. Me monto en la bici y cojo ritmo cruzando por carretera la sierra de Guara. Paro a desayunar en Colungo. Son las 9 de la mañana y en el bar de la derecha de la carretera ya no dan desayunos, porque “ya es la hora del almuerzo”. Enseguida se llena de ciclistas de la zona que paran a reponer energías con vino y huevos fritos. En el bar de la izquierda de la carretera comprenden mis necesidades y me sirven un café y tostadas. Un vino a estas horas y no arranco hasta mañana.

Combino carreteras, el camino paralelo al canal del Cinca y pistas buenas para llegar hasta Villanueva de Sigena, donde empieza la nada: Monegros. Una pista perfecta que sube hasta el refugio de Piedrafita para bajar luego a Valfarta. ¡Qué suerte que no apriete tanto el calor como estas últimas semanas atrás! Sería letal, porque es una zona inhóspita donde no encuentran sombra ni las lagartijas.

Como en Valfarta unos huevos fritos ¡que ahora sí son horas!, porque sé que después me toca la parte más fea y aburrida -y perdón a quien le ofenda- de toda la ruta. De todo Aragón. Posiblemente de todo el mundo: la carretera interminable y recta que conecta Bujaraloz con Escatrón. Calor, asfalto roto, viento que molesta, olor a granja… ¡qué bonita la ribera!

Desconecto la mente y de alguna forma llego a Escatrón donde paro a por agua y hielos en el club náutico. Y ya de paso un café. El pueblo está en fiestas, como todos. En esta zona las celebran con vaquillas y colocan vallas por todas las calles. Como en los noventa. Dos hombres juegan a la tragaperras y repasan la actualidad con videos en TikTok: -pues a mí me parece que esta tía tiene razón, suficientes problemas tenemos como para preocuparnos por lo de Palestina. ¡Me ha convencido, me la sudan los palestinos!

-¡Mira tú!, al padre del Yamal lo han apuñalado…¡son todos iguales!

Su contertulio, seguramente rumano, ya casi rumaño, le contesta con marcado acento aragonés pero con deje de “fuera”: -no se pueden meter a todos en el mismo saco, hombre…

-pues yo los meto a todos en el mismo, ¡me la pela!

Ya me he empapado de suficiente actualidad y me voy antes de que toquen otros temas, como los cromosomas XY. ¿De qué hablarían estos tipos en los noventa?

Empiezan las pistas rodadoras, baja el calor, vuelvo a disfrutar de la ruta y aprieto para llegar a buena hora a Calanda, decidido a cenar a gusto. No solo eso, sino que me doy el lujo de un hotel. Comer pizza tumbado en la cama, ¡qué placer, viva el cicloturismo!

Aprovecho bien el buffet libre de café y tostadas del desayuno. Muy humilde todo pero muy suficiente. Hoy sí que aprieta el calor y me pongo un cubre-nuca que puedo ir mojando en las fuentes y me quita el solazo en el cogote. Foz de Calanda, Mas de la Matas, Las Parras de Castellote… voy conectando pistas, con tramos de MTB y muy poca carretera. Todo esto es nuevo para mi y estoy ojiplático… ¡Triceratops y Diplodocus a mi paso, qué bonita eres, Teruel!

La pista se divierte cruzando la frontera Teruel-Castellón todo el rato en un largo zig-zagueo a su paso por la sierra y los montes Penya Cortada y Mola de la Todolella. Bajo a Olocau del Rey, provincia de Castellón, donde me como el bocata de tortilla que me hice anoche en el supermercado de Calanda. Dejo el monte y voy por carretera a Cantavieja, precioso pueblo en lo alto de una colina. Parece imposible que se pueda seguir subiendo una vez llegas a él, pero sí, esto es el Maestrazgo, no te regalan ni doscientos metros y después de una subida viene otra. La auténtica definición de rompepiernas.

Me adentro en bosques que cobijan cotos de setas, huele de verdad a “naturaleza” por aquí, y llego a la comarca de Gúdar. Después de cada puerto, me da la sensación de que al otro lado voy a ver el mar. El cielo azul, el sol del atardecer… solo faltan veleros ahí abajo, pero no, el mar está a 200 km. Esto es más bonito, porque si hubiera mar se acabaría la ruta. Aquí sigue habiendo tierra y puertos y pueblos en el fondo de los valles, a cada cual más bonito, la mayoría Mora o Rubielos, de nombre o apellido.

Mi destino final, que no lo he dicho, es la estación de tren en Venta del Aire, la última de Teruel. Miguel Mena, creo que llegó hasta un poco más al sur, a Fuen del Cepo. Tampoco se trata de copiarle todo. Me dejaré ese último escondrijo turolense para otra ocasión.

Han pasado 48 horas desde que salí de Biescas y ya estoy en Rubielos de Mora a 15 cómodos kilómetros de mi destino. Todavía es pronto para cenar así que decido alargar un poco y conocer Olba, zona que nunca he pedaleado. Llego a buena hora para cenar en un pueblo que (como no) está en fiestas. Suena un tributo a Manolo García de lejos en la plaza y parece que todo el mundo debe estar cenando en sus peñas, porque estoy yo solo en el bar del Multiservicio del pueblo. Hoy hacen brasas… ¡estoy de suerte! Esto sí que es finalizar bien un viaje cenando entrecot a la parrilla.

En otros tiempos, quizá no en los noventa porque aún era muy joven, me hubiera quedado a dar vuelta por el pueblo. Un cicloturista siempre despierta curiosidad y simpatía, cuando no pena dependiendo de su estado, y en un pueblo en fiestas no le va a faltar nunca de nada, cuando la gente ya lleva la chispita del alcohol en la mirada. Pero la idea de tragarme un tributo a Manolo García no me seduce demasiado, y sin embargo me apetece buscar un sitio donde echarme al raso, que hace una noche buenísima y la luna es especial en este valle.

Al despertar me quedan 10km con un repecho que no me espero sin desayuno previo, antes de llegar a mi destino. Tres horas de tren de vuelta a Zaragoza donde aprovecho a escribir esta crónica de mi propio viaje aragonés. Antes escribía más y me gusta releer viajes que he ido haciendo. Ahora escribo menos sobre mis viajes, porque en la mayoría paro poco y luego tengo las manos dormidas con hormigueos de tantas horas en el manillar y no me da para escribir después. En este viaje no he parado ni mucho ni poco, ni todo lo contrario, pero me gustará releerlo y recordarlo en el futuro, y si a alguno os anima a leer el libro de Miguel Mena que me inspiró a mí esta ruta, ¡pues estará bien el haber dejado la experiencia por escrito!

Tenéis la ruta disponible para descargarla en mi perfil de Strava.

Mi Badlands 2023

Luis Alaix corrió participó en Badlands 2023, la prueba gravel por excelencia de Europa. Describe cómo se inscribió y preparó para la prueba, las dificultades que enfrentó, las personas que conoció y el viaje que vivió junto a su compañero de equipo Javi.

Septiembre 2023

Introducción

Muchos conocéis la Badlands, esa prueba (me resisto a llamarla “carrera”) cicilista de ultradistancia que se celebra en el sur de España, sale de Granada y recorre varios desiertos y varias provincias de Andalucía para terminar en Capileira, en la Alpujarra. Pero no quiero hablar de “la” Badlands, sino de “mi” Badlands.

Como devorador de cualquier cosa que se escriba en redes sobre la Badlands, he leído todos los artículos en español o en inglés que he localizado por las redes. Entre ellos, leí un artículo de Bradley Shenton, en off.road.cc, en el que se distinguía entre correr y participar en la Badlands (“race” y “ride”, en inglés). Me pareció una distinción muy interesante, la verdad, porque no es lo mismo lo primero que lo segundo. No tiene nada que ver la experiencia -ni, por supuesto, el esfuerzo- del que hace la prueba en 38 horas, sin dormir y casi sin parar, que la experiencia del que apura el límite de las 128 horas que hay para terminar (spoiler, mi Badlands fue del segundo tipo).

Esto enlaza con el matiz que he hecho en el primer párrafo: hay tantas Badlands como participantes y cada una de ellas es una experiencia única y maravillosa. Incluso, habiendo participado en la modalidad de pareja, como hice yo, nada tiene que ver mi experiencia con la de mi compañero, Javi. Cada uno, aun yendo los dos juntos en todo momento, vivimos la prueba de una manera muy diferente. Y esto es, en mi opinión, una de las mejores cosas que tiene la Badlands y el resto de pruebas de ultradistancia. Puedes aproximarte a ellas de tantas maneras diferentes que permite que lo disfrute un espectro muy grande de personas.

La organización

Creo que es un error pensar que la Badlands 2023 empieza el día 3 de septiembre de ese año. La Badlands empieza mucho antes: empieza cuando te dicen que tienes plaza. En mi caso concreto, la Badlands 2023 empezó un día del mes de julio de 2022. Sí, has leído bien, 2022. Ese día, a punto de irme a dormir, recibí un WhatsApp de mi amigo y cliente, Jesús. Decía algo así como “ha habido suerte (o no): te he conseguido una inscripción para la Badlands de este año. Tienes que inscribirte hoy mismo.” En ese momento, me empezaron a temblar las piernas. “No tengo material”, “no he hecho nada por el estilo en mi vida. Ni siquiera he hecho una salida que incluyera hacer noche” fueron frases que me pasaron por la cabeza. Por supuesto, eso no impidió que me apuntara inmediatamente. La suerte estaba echada.

El tema del material tenía fácil (aunque no barata) solución. Me hice una lista y fui a comprar todo lo que me faltaba (bolsas de bikepacking, material para dormir, un desarrollo adecuado… la lista era larga).
La parte de entrenar para algo así no era tan fácil, pero, bueno, se podía hacer. Mis vacaciones empezaron poco después y empecé a salir con la bici cargada hasta arriba para acostumbrarme al peso y al comportamiento de la bici con bolsas.

Por desgracia, la aventura acabó pronto: el día 2 de agosto de 2022, de la forma más tonta, me caí de la bici y me rompí el quinto metacarpiano de la mano izquierda. Tres semanas escayolado. Imposible salir a principios de septiembre a pasar una semana montando en bici. Por suerte, David, de la organización, fue muy comprensivo y me dijo que no había ningún problema en participar el año que viene. Me guardaba un puesto.

Como no hay mal que por bien no venga, ese año extra me iba a permitir estar más preparado y no hacer todo deprisa y corriendo. Además, Javi, un amigo del colegio, parecía convencido e iba participar, así que podría hacer la prueba en buena compañía. Por desgracia, una cosa era estar convencido y otra muy distinta, tener plaza: no hubo suerte y no consiguió plaza en el sorteo. Pero, bueno, no estaba todo perdido, y se apuntó a la lista de espera.

Yo, mientras tanto, iba entrenando lo que el trabajo y la familia me permitían. Además, como cumplía 45 años en 2023, pensé que era un buen regalo de cumpleaños tener esta aventura (y una bici nueva, ya que estábamos).

El año va a avanzando y llegamos al mes de mayo: el mes de la Virgen, de mi cumpleaños… y de una visita al dermatólogo con resultado inesperado. Resulta que tenía un melanoma y había que quitarlo y ver cómo de malo era. Fueron unas semanas entre regulares y malas, con la cabeza en otro sitio y entrenando mucho menos de lo que estaba planeado. Por suerte, todo quedó en un susto (gordo, eso sí).

El mes de mayo no solo trajo malas noticias: tras un correo a David preguntándole si había habido alguna cancelación, me confirma que hay plaza para Javi, pero que tenía que apuntarse en 24 horas. No sin dudarlo, Javi se apuntó. Su principal miedo/problema es que no tenía bici de gravel. Como es un valiente (¿o inconsciente?) aceptó mi ofrecimiento y llevó la bici que no utilizaría yo. Para adaptarse a una bici de una persona que mide 10cms menos que él, le bastó con hacer un viajecito con colegas de 3 días…

En ese momento no era consciente, pero que Javi se apuntara cambió totalmente lo que habría sido la Badlands de haberla hecho yo solo. Sin duda, fue una experiencia mucho más enriquecedora y completa. Me atrevería a decir que pasó de ser un evento deportivo a una experiencia vital. Por supuesto que, de haber ido solo, habría disfrutado, habría sufrido y habría conocido dónde están mis límites. Pero ir con Javi, además de darme la oportunidad de conocerlo mejor, hizo que la Badlands fuera, como digo, una experiencia vital. No voy a decir que me haya cambiado la vida, pero sí que me ha hecho ver la vida de una forma un tanto diferente. No le puedo estar más agradecido a Javi por haberme acompañado en esta locura y por haber sido el mejor compañero posible.

Cada uno como pudo fuimos preparándonos para la prueba. Varias llamadas para discutir material a llevar (Javi, tirando a poco; yo, el justo o, incluso, algo más), el planteamiento de la prueba (Javi me quitó enseguida la idea de dormir a la intemperie y, por si no me la había quitado, no llevó saco ni nada, así que dormiríamos en hoteles o casas rurales). Mucho mensaje de WhatsApp y muchos nervios y nos plantamos el 2 de septiembre en Granada, durmiendo en casa de los padres de Javi. Empieza la aventura.

La prueba
El previo

Javi voló de Berlín a Málaga el viernes y, después de pasar por la playa un rato, cogió el tren para Granada. Yo no llegaría hasta el sábado para aprovechar las últimas horas de vacaciones en familia. El sábado prontito cogí todos los bártulos, carretera y manta hasta Granada. Teníamos bastantes cosas que hacer el sábado antes de empezar con nuestra aventura: recogida de dorsal, briefing y últimas compras.
Después de todos nuestros recados, vuelta a casa de los padres de Javi para cenar, preparar las bicis y dormir. No puedo estar más agradecido por lo hospitalarios que fueron los padres de Javi.

Día uno: Granada – Villanueva de las Torres. 152km. 3.147 metros.

Por fin había llegado el día. Había que estar a las 7:30 en el Palacio de Congresos de Granada, así que teníamos que salir de casa de los padres de Javi a eso de las 7:15. Sin problema. Nos ponemos el despertador a las 6:15 y vamos sobrados. Al fin y al cabo, habíamos preparado las bicis el día anterior, así que tampoco necesitábamos tanto tiempo para arrancar. Resultado: llegamos a la salida a las 7:55, cinco minutos antes de la salida. Tiempo de sobra…
Pues vamos allá. Los primeros kilómetros son un aviso a navegantes: casi 2.000 metros de desnivel en poco más de 40kms. Por suerte, no hace sol y vamos fresquitos. Tan fresquitos que nos empieza a lloviznar. Parada para taparse. Seguimos pedaleando. El paisaje es muy bonito y podemos disfrutarlo un poco.

Después de unos 60kms (la cabeza de la carrera ya va por el km110…), decidimos parar en una gasolinera a tomar algo caliente. Javi va mejor, pero yo me estoy quedando pajarito, así que me pongo el plumas a ver si entro en calor. Aquí tuvimos nuestro primer golpe de suerte porque empezó a llover como si no hubiera un mañana. Como estábamos a resguardo, no nos mojamos. Javi ayudó a todos los guiris a conseguir algo de comer haciendo de intérprete, mientras yo terminaba de entrar en calor. Una hora y media después, habiendo dejado de llover, decidimos seguir nuestro camino.

Seguimos pedaleando durante unos cuantos kilómetros, que incluyeron la primera de las “subidas” que nos marcaba el GPS: la subida al Mirador del Fin del Mundo. Subida corta (menos de un kilómetro), pero infernal, con una pendiente que llegaba al 18%. Muy dura, pero permitía probarse un poco para ver dónde estaban los límites. En esa subida decidí que mi objetivo iba a ser tratar de hacerlas todas sin poner pie a tierra (spoiler, no lo conseguí).

Tras una zona de caminos bastante bonita, bajando un rato por una garganta espectacular, llegamos a un pueblo y decidimos parar a merendar. Estaba claro que nuestro planteamiento era muy distinto al de mi amigo Jesús, que no dormiría más que 5 horas en toda la prueba y no pararía casi ni para mear…
En esa parada conocimos a una chica mexicana a la que Javi ayudó a conseguir un sándwich (no quedaba nada en el restaurante, pero se lo prepararon con lo que tenía la familia que lo llevaba). No lo sabíamos, pero acabábamos de conocer al tercer miembro de nuestro equipo.

Con las fuerzas que nos había dado el helado de la merienda, seguimos dándole a los pedales. Esta era una de las partes que se habían modificado de la ruta original para evitar riesgos por las lluvias torrenciales previstas (ya sabéis, Badlands light en palabras de Flecha) e hicimos bastante carretera, pasando por delante del hotel que habíamos reservado un rato antes.

Aquí nos surgen las primeras dudas: ¿paramos ya? ¿o seguimos pedaleando y volvemos al hotel después (la ruta daba una vuelta y, aunque no volvía a pasar por el hotel, sí que pasaba cerca)? Llegamos a la conclusión de que era demasiado pronto y que se nos alargaría demasiado el día siguiente, así que seguimos pedaleando.

Pasamos por Gorafe donde vemos a muchos participantes parados cogiendo fuerzas, pero nosotros decidimos seguir sin parar. La subida a la salida de Gorafe empieza fuerte, sigue más fuerte y acaba fortísima. No solo tiene una buena pendiente, sino que, además, es larga y hace bastante viento. Aquí es la primera vez que pongo pie a tierra porque no puedo (quiero pensar que fue por culpa del viento y no de la pendiente…jeje). Pero el esfuerzo merece la pena porque las vistas desde arriba son impresionantes.
Después de una bajada un poco técnica (diría que la más técnica de todo el recorrido), pero, por suerte, corta, empieza la subida que más tocado dejó a Javi.

Yo subo a mi ritmo y, cuando llego arriba, paro a esperar a que llegue Javi. Pasa más rato del que esperaba y, cuando, por fin llega, su aspecto no es bueno. Avanzamos un par de kilómetros llaneando, pero no se recupera, así que decidimos parar un rato para que se le pase la pájara y para que yo haga mis necesidades y estrene la pala que llevaba para enterrar deshechos. A los dos nos vino bastante bien esta parada. En mi caso, el estómago me estaba molestando bastante y esto lo solucionó todo. En el caso de Javi, porque estaba muy al límite. No hay que olvidar que era el tercer día que utilizaba esa bici, que no era de su talla, y que Berlín -que era donde había estado entrenando- no se caracteriza por sus pendientes, precisamente. Tan mal estaba que, como me diría más tarde, tuvo una charla con un gato que se le cruzó mientras estaba tirado en el suelo.

Con las fuerzas muy justas, decidimos llegar a Villanueva de las Torres y ahí ver qué hacemos. Según nuestros cálculos el hotel que habíamos reservado estaba 10km pasado Villanueva de las Torres y dentro de la ruta. Estaba ya anocheciendo, así que encendemos las luces y reemprendemos el camino. Suave y con cuidado.

Por fin llegamos a Villanueva de las Torres y, tras un par de vueltas buscando un sitio en el que nos dieran comida caliente, nos metemos en el bar de Isa y Valentín. La primera en la frente: nuestro hotel está, efectivamente, a 10km de distancia, pero no en la ruta, sino fuera. Y es todo subida. No era la noticia que necesitábamos después de 150km… Pero, de repente oímos a Isa decirle a uno de los que estaban tomándose una cerveza tranquilamente en la barra “Juan, ¿por qué no acercas a estos chicos al hotel con tu furgoneta?” “Venga, vale. El año pasado me pasé toda la tarde arreglado bicis de gente que no sabía cómo. Este año puedo acercarlos al hotel.” No dábamos crédito. Eran casi las 10 de la noche y este hombre iba a dejar de tomarse su cervecita para coger la furgoneta, hacer 10km de ida y 10 km de vuelta para llevar a dos chalados desconocidos a un hotel. En ese momento, descubrimos que todavía hay gente buena en el mundo. Y no sería la última vez en el viaje.

Mientras esperábamos a que Juan estuviera listo para llevarnos, Javi decidió fumarse el cigarrito del día, así que salimos a la puerta del bar. Isa nos dio un poco de conversación, contándonos cómo el primero que pasó no paró ni a saludar (Morcillo, que acabaría retirándose sobre el kilómetro 500 por problemas con la rodilla). También charlamos un rato con una pareja de chilenos a la que yo no conocía, pero que Javi había visto antes/después de hablar con el gato. Su plan era llegar hasta Hinojares, 50km más adelante. Era imposible que nosotros hiciéramos algo así. Nos ceñíamos a nuestro plan de ir al hotel.
Poco antes de salir para el hotel, apareció la chica mexicana, Yuliana, y nos preguntó si podía venir con nosotros a ver si había suerte y había una habitación para ella en el hotel. Por supuesto que podía.
Como los tres no cabíamos en la furgoneta, Juan lio a su socio -que también se llamaba Juan- para que se viniera. Javi y Yuliana fueron con él y yo, con el Juan original y las bicicletas. Como Javi es mucho más hablador que yo, obtuvo mucha más información de su Juan que yo del mío: su trabajo consistía en reformar cuevas de la zona para hacerlas habitables. Muy interesante, la verdad.

Tras 20 minutos de carretera llegamos al hotel. Los Juanes no nos aceptaron ni una cerveza y se fueron en cuanto descargamos las bicis. Por suerte para Yuliana, había una habitación libre y pudo dormir en cama. También vimos a otra pareja que se había equivocado y, en lugar de seguir la ruta del safe track, siguieron la ruta original y habían acabado de barro hasta las orejas y les faltaba toda la parte del desierto que empezaba al pasar el hotel. No les envidiaba nada de nada. Pobres.

Después de una ducha reparadora, bajamos al restaurante del hotel a cenar. La habitación, que no era precisamente barata, al menos incluía un muy buen menú del día que me supo a gloria. Yuliana nos acompañó en la cena. Nos contó que era mexicana, pero que vivía en Dubái, que le gustaba mucho la bici y que esta era su primera experiencia gravel. También nos dijo que su plan para el día siguiente era estar en marcha a eso de las 6am. Nosotros ni de broma madrugábamos tanto. Es más, teniendo en cuenta que nuestro objetivo era llegar a Gor y que eso no eran mucho más de 100km, no pensábamos despertarnos antes de las 9:30.

Día dos: Alicún de las Torres – Gor. 106km. 2.032 metros.

Como somos gente de palabra, nos despertamos pasadas las 9:30, tranquilamente, nos bajamos a desayunar, nos vestimos y limpiamos las bicis, que estaban llenas de barro. Sobre las 11 de la mañana estábamos dando pedales. Tranquilamente.

El segundo día sería, para mí, y a pesar de que el paisaje seguía siendo espectacular, el peor de todos. No por duro ni por largo, que fue el más corto y tranquilo de toda la prueba, sino porque, al habernos quedado algo descolgados del grueso de los participantes, fue el único en el que no me dio la sensación de estar participando en un evento colectivo. Por supuesto, era mejor que mis salidas habituales. Al fin y al cabo, si no estoy haciendo rodillo, lo más normal para mí es salir solo (muy excepcionalmente salgo acompañado porque me resulta complicado cuadrar agendas con mis amigos ciclistas), por lo que ir con Javi era ya una mejora muy significativa. Pero, como digo, este día fue el único día en el que no vimos a nadie en toda la ruta y, además, mirando el dot watcher estábamos bastante lejos de todos los participantes que llevábamos por delante. Claramente, nuestro planteamiento de dormir mucho y bien no era el de la mayoría.

Una vez pasado Villanueva de las Torres, y, por tanto, otra vez en ruta, hicimos algo de carretera, pero pronto nos metimos por caminos sencillos con muy buen paisaje. Si bien el día anterior había sido casi todo subida, este día tuvimos una buena bajada, muy chula y no demasiado técnica, pero nos reafirmamos en que parar a dormir había sido una buena idea. Esa bajada no muy técnica, al ser por caminos, no la hubiéramos disfrutado mucho de noche, la verdad.
Nuestro día lo habíamos planificado en dos partes casi de la misma distancia: pararíamos a comer en Hinojares, que estaba a unos 50km y dormiríamos en Gor, que estaba a poco más de 100km de nuestro punto de partida del día.

El trayecto hasta Hinojares fue bastante sencillo y sin sobresaltos. Solo hubo una subida dura (la Subida de Chillar, algo más de 2km con 8,5% de desnivel medio). Hinojares, no obstante, fue una gran decepción. Ni un restaurante abierto, así que comimos en un chiringuito que estaba a punto de cerrar, pero el dueño, muy amable, nos preparó unos sándwiches mixtos y nos dio agua, Aquarius y un par de helados. Nos contó que era lo único que le quedaba porque habían arrasado los ciclistas que habían pasado antes que nosotros (casi todos, añado yo).

El tema de la comida, me estaba dando cuenta después de este día y medio, era algo curioso. Yo era más de comer en el primer sitio que encontráramos y lo que nos dieran. No porque no me guste comer bien, que me encanta, sino porque, en una situación como esta en la que estábamos, mi prioridad era reponer fuerzas antes que comer bien. En cambio, Javi era más de buscar buena comida (sopa, a poder ser), aunque eso supusiera dar vueltas por cada pueblo por el que pasáramos para encontrar el restaurante “bueno”.

Tras reponer fuerzas en Hinojares, seguimos nuestra ruta. Bastante carretera, algún que otro camino, pero nada ni muy complicado ni reseñable. Parada a merendar en otro pueblo. Solo había abierto una especie de pub en el que estaba la gente a eso de las 4 de la tarde tomándose sus copazos. Curioso cuando menos. Bueno, nos quedaba ya poco para Gor, que era nuestro destino ese día. Iba a ser un día corto, pero, una vez pasado Gor, nos esperaban casi 100km sin ningún sitio donde dormir y, además, a unos 2.000 metros de altitud, así que no era viable el avanzar más. Ya habíamos reservado un hotel a unos 5 kilómetros de Gor que no tenía mala pinta. Un poco rollo lo de salirnos de la ruta, pero solo eran 5 kilómetros de ida y 5 de vuelta.

Una bajada muy bonita, bordeando el Embalse del Negratín, nos llevó a la parte dura del día: casi 20km de subida, la mayor parte por carretera, aunque también con un trozo de camino entretenido. Aquí adelantamos, nos volvió a adelantar, uno de los participantes de la prueba.

A eso de las 7pm llegábamos a Gor y nos llevamos la sorpresa del día. Según estamos llegando a la plaza del pueblo, empezamos a escuchar música a tope (si no me falla la memoria, sonaba The best, de la gran Tina Turner), y, al girar, una curva, nos encontramos una pancarta gigante de “Gor with Badlands” y a unas diez personas del pueblo aplaudiéndonos y animándonos. El día, que, como he dicho, había sido regular, acababa de mejorar exponencialmente. Menudo subidón. También estaba Yuliana y otro participante. En ese momento, el otro participante no era más que un personaje que llevaba seis tercios de cerveza (Alhambra verde, para más detalles) y que estaba a punto de pedir vasos de chupito donde poner el ron de la petaca que llevaba enganchada en la horquilla de la bici. No sabíamos que se convertiría en el cuarto y último miembro de nuestro equipo.

Después de un par de cervezas y algo de cenar, mucha música buena y unas risas con los goreños, nos acercamos al súper del pueblo a comprar algo más de comida. Ahí coincidimos con el alcalde del pueblo, que, además de una buena charla, nos consiguió habitación en una casa rural que estaba en el mismo pueblo. Nos acabábamos de ahorrar 10km. El alcalde nos contaba cómo habían decidido volcarse con la Badlands, montando la música en la plaza y habilitando una zona para dormir y duchas para los participantes. Creo que esto no solo es positivo para los que hacíamos la prueba, sino también para los pueblos por los que pasábamos. Mucho tendrían que aprender de él otros alcaldes.
Le decimos a Yuliana que le hemos conseguido un sitio donde dormir y ducharse y nos fuimos a dormir los tres, que al día siguiente sí que madrugábamos. Además, teníamos que descansar, que ya nos habían avisado de que el día empezaba fuerte.

Día tres: Gor – Lucainena de las Torres. 185km. 3.199 metros.

A las 8am estamos dando pedales otra vez. La subida empieza pronto y se iba a alargar 15km. Pronto nos separamos; primero dejo yo a Javi y Yuliana para seguir mi ritmo y, poco después, Javi se descuelga de Yuliana. Esta es una de las subidas más bonitas que hacemos. Larga, pero tendida, sin mucho repecho matador. Al rato de ir solo, adelanto al de las cervezas. “Everything ok?” “Uh, didn’t sleep well (normal, con todo lo que bebiste, pienso). Another rider came in late and woke me several times.” Jajaja, no fue por el alcohol, sino por el otro ciclista. Como descubriríamos en los próximos días, Sonny, que así se llamaba, era todo un personaje.

Sigo subiendo hasta que llego al final de la subida y ahí paro a esperar a Javi. Sonny pasa, se para un rato y sigue subiendo. Al rato, llega Javi y retomamos la marcha. El trayecto transcurre por unos caminos bastante cómodos de rodar. Es un trozo entretenido y con un paisaje casi lunar muy chulo. La verdad es que es increíble la cantidad de paisajes distintos que nos vamos encontrando en tan pocos kilómetros. Acabamos llegando a la carretera que sube a Calar Alto. Ya queda poco para que se termine el esfuerzo y comience la bajada más larga de toda la prueba (o, al menos, la más rápida, ya que transcurre por carretera). Después de la bajada, llegamos junto con Sonny a Gérgal, donde paramos en el primer bar que encontramos abierto a reponer fuerzas. Nos dicen que han hecho kilos de pasta para los ciclistas (no lo dice, pero claramente, en su cabeza a la palabra “ciclista” le ha seguido “locos”). Mientras esperamos que llegue la comida nos coge Yuliana, que se para también a comer.

Con el optimismo que da el tener la barriga llena, nos planteamos que podríamos ser capaces de llegar hasta el hotel de la madre de Blanca, la mujer de Óscar, otro amigo del colegio, así que decidimos llamar a Óscar para preguntarle si hay habitación. Después de un par de llamadas, tenemos tres habitaciones (Sonny planteó la posibilidad de que fueran dos, pero Yuliana lo cortó de raíz). Ya tenemos un plan, así que retomamos el camino. Próxima parada, Tabernas.

Después de bastantes kilómetros alternando caminos y carreteras, llegamos a Tabernas, donde asaltamos el primer súper que encontramos y, mientras reponemos fuerzas, sentados a la puerta, empezamos a debatir qué hacer. El plan originario que teníamos Javi y yo era parar aquí a dormir, pero todavía es relativamente pronto y nos quedan fuerzas. Sonny, revisando el track, nos dice que parece que, después de una subida más o menos sencilla, de unos 15km, hay un par de pueblos en los que podríamos dormir. Aquí ya nos hemos dado cuenta de que no hay manera de llegar al hotel de la madre de Blanca, así que, sintiéndolo mucho, cancelamos la reserva. Reservamos habitación en otro hotel en un pueblo al que, calculamos, podríamos llegar sin problema. ¡Ja!

Con la barriga llena, empezamos a pedalear, tras unos kilómetros de caminos llanos, empieza la subida. El inicio es duro, no por la pendiente, sino porque es arena suelta y la bici se queda clavada. Al rato, me descuelgo del grupo y empiezo a ir a mi ritmo. La subida es muy bonita, y las vistas, espectaculares. Pero, poco a poco, va anocheciendo, y la subida no se acaba. De repente, ya no se ve nada. Toca encender la luz y ver cómo se me da eso de montar en bici de noche. Por suerte, el camino es ancho, el firme es bueno y, al ir subiendo, la velocidad, baja, con lo que no tengo sensación de peligro en ningún momento.
Acabo haciendo cumbre a eso de las 10:30pm.

Hace un frío considerable y yo estoy empapado del esfuerzo, así que lo primero que hago es quitarme toda la ropa mojada y ponerme ropa seca. Me pongo todo lo que tengo, incluido el plumas, que hace mucho frío. A la media hora, llega Sonny y, a los 40 minutos, Javi y Yuliana. Javi llega maldiciendo, está muy enfadado con Sonny y su “una subidita sencilla y estamos arriba”. Unos minutos después de su llegada, reemprendemos el camino. Por suerte, a partir de aquí es todo bajada y, casi todo, asfaltado. Lo malo: todavía nos quedan 40km para llegar al hotel que tenemos reservado.

Tras 25km llegamos a Lucainena de las Torres. Ahí Javi dice que él no sigue pedaleando y que, si hace falta, duerme en la calle. Son casi las 12 y hace bastante frío. Se nos cruza una chica paseando a un perro y Javi le pregunta si conoce algún sitio donde podamos dormir. Nos indica que hay uno en el pueblo un poco más adelante, y vamos para allí. Tenemos esperanzas de dormir y cenar caliente.
Nuestras esperanzas se desvanecen cuando llegamos al Hotel Montesión y nos dicen por el telefonillo que están llenos. “¿Pero nos podéis dar algo de comer, al menos?” Después de unos segundos de dudas, nos dicen que sí. Mientras esperamos en la calle a que nos abran, aparece la chica del perro y nos pregunta si hemos conseguido habitación, le decimos que no y nos contesta que esperemos un segundo. Saca el móvil, y llama por teléfono: “Oye, hay aquí unos chicos que quieren dormir… sí, de los de las bicis… ¿Cuántos sois?… Dicen que cuatro… vale, ahora se lo digo.” Dirigiéndose a nosotros: “he hablado con la encargada, viene para aquí, que dice que tiene camas para vosotros.” En ese momento creo que éramos las personas más felices del mundo. Habíamos tenido la suerte de preguntarle a la chica que se encargaba de la limpieza del hotel y ésta nos había conseguido habitación.

Los dos cocineros del hotel -que eran los que nos habían atendido- nos habían preparado una cena espectacular: ensalada, huevos rotos, cervezas… Más gente buena, que son capaces de retrasar la vuelta a casa tras un día duro de trabajo para dar de cenar a cuatro chalados. Mientras estamos cenando llega la encargada, Mailín, que nos dice que tiene una suite y dos habitaciones de empleados en las que podemos dormir. Le dejamos la suite a Yuliana, Javi y yo compartimos una de las habitaciones y Sonny se queda con la otra.

Mailín resulta ser bastante maja (aunque un poco chalada) y Sonny, que no pierde oportunidad, le dice que se siente con nosotros a tomarse un vino. La sobremesa, aunque estamos agotados, se alarga un poco más de lo esperado. Tras una ducha reparadora, nos vamos a dormir a eso de las 2:30am.

Día cuatro: Lucainena de las Torres – Enix. 149km. 2.068 metros.

Al haber trasnochado, este día volvemos a no madrugar demasiado y estamos rodando a eso de las 10am. En principio, contábamos con ir Javi y yo solos con Yuliana porque Sonny había dicho que trataría de madrugar algo más, pero finalmente salimos los cuatro juntos. El inicio de la ruta discurre por un carril bici sencillo y llano que va paralelo a la carretera. Nuestro primer objetivo lo fijamos en el hotel en el que habíamos reservado y al que no llegamos. Claramente, era demasiado ambicioso. Ahí, hacemos una parada técnica para re-desayunar y seguimos pedaleando. Siguiente objetivo: llegar a la costa y comer en un chiringuito.

Esta parte del viaje, entre el re-desayuno y la comida es, creo, la que más dura se me hizo a nivel mental. No porque fuera especialmente complicado el terreno (que no lo era) ni porque el paisaje fuera feo (que tampoco lo era). La verdad es que no sé el motivo, pero fue el único momento en que se me hizo un poco duro mentalmente. Un punto bueno de esta parte es que pasamos por delante del hotel de la madre de Blanca. Foto obligada, por supuesto, y comentarios de “menudos optimistas que somos, creyendo que podríamos haber sido capaces de llegar hasta aquí el día anterior.”

En esta parte, tengo oportunidad de charlar con Sonny un poco y conocerlo más. No es solo el chalado que se mete 6 cervezas en medio de una prueba como esta y que está todo el rato pensando en mujeres. Es bastante majo y muy agradecido: me da las gracias a mí y a Javi por haberle “acogido” y que, si no fuera por nosotros, se habría retirado ya. No me esperaba algo así, la verdad. Da gusto.

Llegamos a la Isleta del Moro y pudimos sentarnos en un chiringuito a comer y beber en condiciones. Un par de horas después, arrancamos de nuevo con el objetivo de llegar a Almería y ahí, ya decidir. Justo a la salida de San José empiezan los problemas de Javi con el freno trasero. Esta primera vez, por suerte, Sonny puede arreglarlo y dejarlo en perfecto orden de marcha.

Pasada la playa de los Genoveses, empieza una de las subidas más bonitas que recuerdo. Es dura, pero las vistas al mar y las playas de la zona merecen cada una de las pedaladas que tenemos que dar. Javi llega poco tiempo después que yo y tenemos oportunidad de pasar un buen rato tranquilamente charlando y mirando el paisaje. Tras la bajada, parada técnica en un ultramarinos de uno de los pueblos por los que pasamos para comer y debate sobre si paramos en Almería o seguimos. Yuliana está fastidiada de ánimos (entre otros motivos, me imagino porque había perdido su móvil y estaba incomunicada del mundo exterior) y se empieza a plantear que Almería sea el punto final de su aventura.

Por su parte, Sonny es partidario de dormir en Almería y no alargar demasiado el día (mi sensación es que tiene cargo de conciencia por la paliza que nos dimos el día anterior siguiendo su propuesta de alargar más allá de Tabernas). Javi es el que defiende seguir porque dice que empezamos a ir un poco justos para cumplir con la hora límite de llegada. Yo vuelvo a estar bien de ánimos, así que me parece perfecto seguir. Finalmente, decidimos que, si conseguimos alojamiento en Enix, seguimos; si no, dormimos en Almería. Así que empezamos a mirar en booking y a llamar a casas rurales. Poco éxito; todo está lleno. Sin perder la esperanza, retomamos la marcha.

Poco antes de llegar a Almería, Javi consigue alojamiento en Enix, así que la suerte está echada, pasamos Almería, una subidita del estilo de la del día anterior, y nos plantamos en Enix. Vamos ya mentalizados a llegar tarde a dormir y a tener que hacer una subida de unos 15km. Nada puede salir mal. Pobres infelices.

A pocos kilómetros de Almería, se nos acerca un chico con una bici de montaña. “¿Sois de la Badlands?”, nos dice. Resulta que nos estaba siguiendo por el track y había salido de su casa a saludar. Nos pregunta que a dónde vamos, le decimos que nuestro plan es llegar a Enix y decide acompañarnos un rato. Este es el tipo de cosas que te alegran.

Atravesamos Almería y empiezan otra vez los caminos. Ya es de noche, así que ponemos las luces y seguimos. La salida no es la parte más bonita del trayecto. Enseguida empezamos a subir. Mi idea es seguir haciendo lo que he hecho siempre en las subidas: tirar por mi cuenta y vernos arriba. Pero, al ver el percal, cambio de opinión: esta subida no es un camino bien pisado y ancho, es un camino de piedras, no muy ancho y con precipicio a un lado. Como vaya solo y me pase algo, no me encuentran. Así que decido esperar al resto del grupo. Lo que hacemos es iniciar la marcha juntos, Sonny y yo vamos un poco más rápidos y Javi y Yuliana un poco más lentos, así que cada 500 metros paramos y nos reagrupamos.

Cuando estamos juntos todos otra vez, vuelta a empezar. Así, seguimos los 15km de la subida, que nos llevan casi 3 horas y media. A tomar por saco nuestras previsiones. Una vez más. Además, tengo al de la casa rural pendiente y escribiéndome cada rato. Le habíamos dicho que calculara que llegaríamos a las 10-11pm. Al final, coronamos a eso de las 12 y todavía nos queda más de media hora de bajadas hasta Enix. Por suerte, aunque las fuerzas y los ánimos van justos, la bajada es por una carretera en buen estado.

Llegamos a Enix poco antes de la 1am. Aunque nos toca esperar un poco a los de la casa rural, merece la pena: la casa está genial y nos han preparado una cena muy rica. Y nos traen agua y cerveza para un regimiento. Sonny se ofrece a dormir en el sofá-cama del salón (aunque amenaza con dormir en pelotas… le quitamos la idea rápido), Yuliana a una de las habitaciones y Javi y yo, a la otra.

Día cinco (y seis): Enix – Capileira. 180km. 4.932 metros

Como de costumbre, nos levantamos con calma, sabiendo que nos espera un día duro. Sonny, en cambio, decide que va a intentar llegar hoy a la meta, así que desayuna rápido, se toma una cerveza y sale pitando. Javi, Yuliana y yo cerramos la casa, buscamos una cafetería y nos tomamos nuestro desayuno reglamentario.

Con la barriga llega, y sin mucha prisa, empezamos la jornada. Habiendo revisado lo que nos tocaba, sabíamos que, aunque el día empezaba fácil, con una bajada de unos 7km, luego nos enfrentaríamos a una subida de 20km, pasando por Félix.
En la subida a Félix ya nos separamos de Yuliana, que, con el desarrollo que llevaba, no podía enfrentarse cómoda a los rampones. La subida, por carretera, se hace dura por lo larga que es y, me imagino, por todo lo que llevamos acumulado.

Una vez finaliza la subida, viene uno de los tramos del que mejor recuerdo tengo. Se trata de unos caminos de tierra por los que se puede rodar fácil y con un buen paisaje, pero lo que más recuerdo es que fueron bastantes kilómetros en los que fuimos Javi y yo solos y que, sin recordar perfectamente de qué hablamos, sí que guardo muy buenas sensaciones de nuestra conversación. No podría decir nada concreto sobre esta parte, me vienen imágenes y fragmentos deslavazados de conversación a la cabeza, pero, cuando pienso en este tramo, siento mucha paz.

Nuestro siguiente objetivo es conseguir un sitio para comer algo sólido. El siguiente pueblo en la ruta es Instinción. Parece que el bar del pueblo no abre los jueves, así que tendremos que ver si conseguimos llegar a tiempo al supermercado. Por desgracia, no lo conseguimos, así que no podemos comer. Con la incertidumbre de no ser capaces de conseguir comida, los ánimos están regular. Aquí, buscando un sitio donde nos den algo de comer, nos encontramos con otro de los participantes: un británico de mediana edad que, en ese momento, estaba hablando por teléfono con su hija. Por lo que oímos y entendemos, ella estaba bastante preocupada por su padre. Es curioso cómo siempre tenemos a una mujer que se preocupa por las locuras que se nos ocurren: nuestras madres, primero; luego nuestras mujeres y, finalmente, por lo que veo, nuestras hijas… Después de hablar un par de minutos con él, decidimos seguir la marcha.

Lo siguiente que viene es una buena subida, así que, muy justos de fuerzas y con algo de hambre, vamos avanzando poco a poco. Tras unos 10km llegamos a un cruce (la Barriada de Alcora). El track nos lleva a la izquierda, pero hay algunas casas a la derecha, así que Javi propone salirnos de la ruta a ver si conseguimos algo de comer, aunque sea preguntando casa por casa.

Por suerte, no es necesario, pocos metros más para adelante encontramos un bar con un chico súper simpático que nos da todo lo que necesitamos para reponer fuerzas. Por la aplicación, vemos que Yuliana no está lejos (¡qué dura es!), así que le mandamos un mensaje diciéndole dónde estamos. Al rato, aparece el británico, que se sienta también a comer, y poco después, Yuliana. Comemos, bebemos, un poco de crema para el sol y vuelta a empezar.

Tras un rato, nos separamos de Yuliana y seguimos, una vez más, Javi y yo por nuestra cuenta. Pasamos un par de pueblos sin parar. En uno de esos pueblos están dos chicas que están haciendo la prueba en parejas y a las que íbamos viendo en la aplicación cada vez más cerca, pero no llegábamos a cogerlas. ¡Por fin!

Después de unos 15km, llegamos a Láujar de Andarax y decidimos que nos hemos ganado un helado, así que paramos a por la merienda. Mientras estamos con el helado, llega Yuliana y ya decidimos seguir todos juntos. Lo siguiente que viene son unos 25km de, básicamente, bajada por caminos y carreteras. Así que nos dedicamos a disfrutar y recuperar fuerzas. Poco después nos daríamos cuenta de que las íbamos a necesitar.

Atravesamos sin parar varios pueblos hasta que llegamos a Darrícal. Aquí es donde todo vuelve a ser Badlands puro y duro. Atravesamos un riachuelo y empezamos otra vez con caminos. Son, más o menos, las 8pm y nos separan unos 15km de Murtas, que es el pueblo en el que tenemos previsto hacer noche. No parece difícil. Y una mierda.

Esta es una de las subidas duras que nos tenían preparadas, y no éramos conscientes. Mucho desnivel, a ratos, terreno técnico y ya se nos había hecho de noche. El cóctel perfecto. Aquí volvemos a coincidir con las dos chicas y avanzamos con ellas. Es difícil seguir el camino y nos toca deshacer lo andado más de una vez. Resumiendo, llegamos a Murtas pasadas las 12am.

Por supuesto, al llegar al pueblo, no sabemos dónde ir y todo parece cerrado. Por suerte, hay un grupo de chicos haciendo botellón y nos dan el teléfono de Eduardo, el encargado del albergue, al que llamamos sin dudarlo. Muy majo, nos dice que, aunque ya estaba en su casa, se acerca al albergue a darnos de cenar y dejarnos camas para dormir.

Cuando llegamos al albergue, decididos a cenar y dormir, Javi nos plantea que cree que, si dormimos, no nos dará tiempo de llegar dentro del plazo. Después de un rato de debate y dudas, nos convence y decidimos tirar. Ducha, comida caliente y vuelta a la bici. Son casi las 2am.
Siguiente parada, Cádiar, que está a otros 15km de distancia. El inicio es fácil y nos da ánimos, pero pronto nos metemos por unos caminos del infierno y, además, el freno de Javi vuelve a dar problemas. Tenemos que parar un par de veces a separar los pistones porque va totalmente frenado. No quiero ni imaginarme lo que le costó esta parte, que ya era dura de por sí, con el añadido del freno. Hacer los 15km hasta Cádiar nos lleva unas 3 horas…

En Cádiar tenemos que hacer una parada porque Javi se estaba quedando dormido dando pedales. Nos tiramos en una cancha de baloncesto y ponemos el despertador 15 minutos más tarde.
El siguiente objetivo es Trévelez. Los ánimos están bastante bajos. La bici de Javi sigue dando problemas y, en una de las paradas para intentar arreglarlo, Yuliana dice que ella no puede más y que le cambia la bici a Javi para que él pueda seguir y ella ya verá. Javi le dice que ni de broma, que hay que seguir. En ese punto, nos volvemos a separar de Yuliana porque, aunque acepta seguir, decide ir a su ritmo.

Después de unas 21 horas desde que empezamos a pedalear, nos enfrentamos a un tramo de carretera infernal: medio kilómetro a más del 19%. Por supuesto, lo hacemos los dos andando. Pasado ese tramo, la cosa mejora, pero no mucho. Sigue siendo una buena subida. Llega un momento en que decidimos quitar las pastillas del freno trasero de la bici de Javi: mejor no poder frenar, que ir frenado. Sobre todo, si no hacemos más que subir. Este tramo hasta que llegamos a Trévelez, no solo vamos agotados físicamente, sino que, además, vamos muy agobiados pensando que no llegamos dentro del corte a Capileira.

Pero, cuando conseguimos llegar a Trévelez, sabiendo que solo nos que solo nos quedan 20km, todo cambia: ¡la vamos a conseguir!

Paramos a tomarnos un buen desayuno y miramos qué ha pasado con Yuliana. No solo no se había retirado, sino que le sacábamos muy pocos kilómetros, así que la esperamos.
No recuerdo bien en qué punto, nos encontramos también con Sonny. Nos da mucha alegría a todos ver que lo vamos a conseguir. Los siguientes kilómetros vuelven a ser por caminos, subida al principio, y llaneando más adelante. Es el momento de disfrutar. Como los últimos dos/tres kilómetros son de bajada, decidimos parar para volver a poner las pastillas del freno trasero de Javi.

Tras la parada, una de las partes más emocionantes: bajada preciosa por caminos viendo al fondo Capileira. En ese momento, se me pasan muchas cosas por la cabeza: el brazo roto, el día que me dijeron que tenía un melanoma, Javi diciendo que se apuntaba, las muchas horas de entrenamientos, la ilusión del proceso de fabricación de la bici, el trayecto de Málaga a Granada, la noche antes de empezar organizándolo todo con Javi, la salida…
Y, por fin, la meta.

Meta

La llegada es, como no podía ser de otro modo, muy emotiva. Ahí está la organización y los participantes que habían llegado antes que nosotros ese día (y algunos del día anterior) aplaudiendo y dándonos la enhorabuena. Al final, nos han “sobrado” unas tres horas. Desde que salimos de Granada el domingo a las 8am han pasado 125 horas y 6 minutos. Por ponerlo en contexto, el primero en terminar necesitó 38 horas y 20 minutos. Todavía tenemos algo de margen de mejora…

Mientras estamos hablando con David, el organizador, que nos ha hecho entrega de la medalla de Finisher, aparece Sonny, que había llegado un rato antes que nosotros, y me da uno de los abrazos más emotivos que me han dado en mucho tiempo. Después del abrazo, se gira para decirle a David que este era uno de los dos de los que le había hablado gracias a los cuales había conseguido terminar la prueba. Lo dicho, una persona muy agradecida. Nunca habría dicho, cunado lo vi por primera vez, que le iba a coger tanto cariño.

También están por ahí la pareja de chilenos que habíamos conocido el primer día. Se acerca el chico, con una sonrisa de oreja a oreja, y me dice: “¡cómo me alegro de que verlos aquí! Paulina y yo estábamos convencidos de que, si alguien no iba a llegar eran ustedes. Pero lo han logrado.” La verdad es que no lo culpo por pensarlo, el primer día yo tampoco hubiera dado un duro por nosotros. Pero da gusto ver a alguien que apenas nos conoce alegrarse de una forma tan sincera por otra persona.

Mientras Javi, Yuliana y yo comemos algo en la terraza del bar que está junto a la meta, me llegan los mensajes de mis padres y de María, mi mujer, dándome la enhorabuena. Los tres habían estado siguiéndonos con el dot watcher. Con María, además, hablo por teléfono. Está muy contenta por mí por haber terminado la prueba, y más contenta aún porque no me haya matado intentándolo. Me dice que tanto su padre como Pedro, el amigo ciclista de su padre, nos han estado siguiendo toda la prueba. Hace mucha ilusión ver cómo nos han ido siguiendo, sufriendo por nosotros, y, de alguna manera, acompañándonos durante todo el trayecto.

Todavía llega algún participante más. Pocos, eso sí. Creo que, sino el último, el penúltimo en llegar es el británico de la hija preocupada. ¡Lo ha conseguido! Por poco, ya que llega 20 minutos antes de la hora límite, pero dentro del tiempo reglamentario. El pobre rompe a llorar como un bebé al cruzar la meta y todos los que estamos ahí nos ponemos a aplaudir. Otro momento que se me quedará grabado para siempre.

Vuelta a casa

Aunque existe la posibilidad de llegar a Granada en bici, no estamos para muchas alegrías, así que optamos por la opción del autobús. El trayecto se hace algo largo, son muchas curvas y ya tenemos ganas de llegar a casa. De camino, nos llegan mensajes de Sonny preguntándonos dónde viven los padres de Javi. Cuando llegamos, ahí está: nos ha traído camisetas de Northwave, la empresa en la que trabaja, a Javi, Yuliana y a mí como muestra de agradecimiento. Nos volvemos a abrazar y se marcha. También nos despedimos de Yuliana con un buen abrazo.

Después de una buena ducha, cenamos en compañía de los padres de Javi, que quieren saberlo todo sobre nuestra experiencia y nos vamos a dormir. Estando ya en la cama, Javi, que se había pasado renegando de la prueba todo el rato (“estafa piramidal” lo llamaba), me dice: “tal vez, dentro de muchos años, estaría bien preparar un poco más la prueba y tratar de llegar a Gor con tiempo para poder pasarlo el segundo día porque, la verdad, solo es cuestión de hacer 50km más el primer día y está hecho…” Esto es Badlands, una prueba que te lleva al límite, te hace maldecir el día en que decidiste apuntarte, pero que te atrapa y te hace querer volver.

El sábado me levanto pronto, desayuno, agradezco la hospitalidad a los padres de Javi, me despido de Javi, y cojo carretera para Madrid, que quiero llegar pronto para aprovechar el fin de semana con María y los niños.

Durante el trayecto de vuelta tengo tiempo para recordar todo lo que ha pasado los últimos días. Cómo he disfrutado y sufrido. Los paisajes bonitos y variados que hemos visto. Las conversaciones con Javi. Las personas que he conocido; no solo Yuliana y Sonny, también los Juanes, Mailín, Eduardo… No han sido ni seis días de aventura, pero ha sido tan intenso que parecen muchos más.

Últimas reflexiones

Han pasado seis meses desde que Javi y yo tomamos la salida en Granada y no hay una semana en la que no haya pensado en esa semana de septiembre en la que, contra todo pronóstico, conseguimos terminar como pareja Badlands 2023.

Ha sido una de las experiencias más intensas y especiales que he tenido en mi vida. Si no hubiera sido por la Badlands, creo que el año 2023 habría estado en el top 3 de años malos, pero esta prueba lo cambió totalmente. Porque, aunque sea una prueba ciclista, la bici es lo de menos, es una mera excusa. Al menos, habiéndola hecho como la hicimos nosotros. Para mí, la Badlands ha sido un viaje en el que, sobre todo, he podido disfrutar de las personas con las que lo he compartido. Principalmente, he disfrutado de la compañía de Javi que, no sin ciertas dudas, se lanzó a hacer una prueba para la que, sobre el papel, no estaba preparado, pero que con mucho esfuerzo y sufrimiento consiguió terminar. Gracias a su punto de locura, he podido disfrutar mucho más de lo que habría disfrutado y conocer gente que no habría conocido.

No sé si alguna vez volveré a participar en alguna edición de la Badlands, pero lo que tengo claro es que sí que haré más viajes en bici. Y que los haré en compañía.

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